domingo, septiembre 14, 2008

Fragmento VI

Amanece una vez más. Pasaron varias horas para que abriera los ojos, de qué sirve despertar si no puedes salir de la cama. Entre más días pasan, él se hunde más en el sopor de la habitación y este blanco entorno se vuelve cada vez más insoportable. Es mejor seguir dormido. Pero de todo se cansa el cuerpo, hasta de dormir. Entonces abrió los ojos, despacio, sin ganas. Al pie de la cama estaba ella, dormida, con un libro en la mano.


Ahí había estado desde hace unos días, como si tuviera una especie de deber que cumplir, sin irse mas que a comer y a darse un baño una vez al día. Su conversación en esos días era la de siempre, sin aspavientos, sin afectos, una simple charla entre dos personas que están habituadas a verse siempre, que saben todo lo que ha vivido el otro y que por lo tanto no tienen necesidad de preguntar ni aclarar nada. Solo que en realidad ellos no se veían todos los días, ni sabían todo del otro. Lo único que sabían era que se conocían de hace muchos años, que siempre se verían cuando cada uno aplacara la tormenta personal en turno y que luego se dejarían sin despedirse por otro lapso de tiempo indeterminado que no angustiaba a ninguno.


El día que ella llegó no preguntó cómo estaba, no le dio palabras de aliento ni lo reprendió por no dejar el vicio que, de hecho, ella compartía. Simplemente le llevó el diario y se quejó del clima, le dijo que estaba más flaco y él contestó que ella, por el contrario había ganado algunos kilos. Su presencia en la habitación no había sido particularmente notable hasta ese día, que por primera vez la vio agotada, sin poder concluir su lectura favorita y con unas ojeras tremendas que la hacían lucir particularmente débil. En ese momento se dio cuenta que en realidad era la única persona en el mundo que había ocupado todo su tiempo en acompañarlo, haciéndole la estancia más amable. Ahora que lo piensa, nunca tuvo a nadie tan cercano como ella. Él, que nunca se consideró capaz de amar, se daba cuenta de que lo que vivía con ella era lo más cercano al amor, solo que tal vez sea más sincero, porque nunca esperaron nada del otro, cada quien dejó al alcance lo que tenía y cada quien tomó lo que había sin contratos ni condiciones. Sin pretensiones. El hecho de volver a verse después de tanto tiempo cada vez que alguno necesitaba un refugio del mundo, sin recriminaciones por lo que haya sucedido en el intermedio y encontrarse con un lazo intacto, era la forma más sincera de fidelidad.


Amanece otra vez, y cuando abrió los ojos el sol ya estaba muy alto. Un día igual que el anterior y el anterior a ese y varios antes. Solo que esta vez, unos minutos después de despertar se dio cuenta que en realidad sí había vivido un par de cosas que valían mucho la pena.


-Aura.

 
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