viernes, febrero 22, 2008

Crónica burocrática

Miércoles 20 de Febrero de 2008.


Acabo de ver un gel que me indica que todo puede mejorar en mi vida como estudiante de posgrado, aunque a estas alturas será imposible que mejore lo suficiente para que me titule en Agosto, como debería ser. Justo en ese momento alguien me recuerda que el lunes se vence el plazo para enviar al Consejo Estatal (blablabla) la solicitud de extención de beca. Alerta roja.


Acto seguido bajo el formato, lo leo y me doy cuenta que lo único que no piden es una carta de no antecedentes penales y la cartilla de vacunación. Veo mi plan del día... imposible parar los experimentos, ya todos están corriendo y los tengo que terminar. Al menos tengo que avisar al Jefe cuáles son mis intenciones para que me firme mis n cartas de presentación, apoyo, etcétera, etcétera, etcétera. Una vez obtenida la aprobación verbal del jefe y eliminada la barrera mental que a priori me produce tanto papeleo empiezo con lo más engorroso: Resumen en 300 palabras máximo de mi proyecto, lista de metas y objetivos (por separado, por lo que primero había que encontrar la diferencia) y la explicación del impacto social y económico de mi investigación. Claro, mi proyecto de tesis va a erradicar el hambre del mundo y hará rica a toda una comunidad. Perdón, el sarcasmo me brota a borbotones en estos casos.


Durante la comida me encuentro a varios compañeros que también deberían titularse en Agosto y les comento de lo odioso del formato de la solicitud. Las expresiones espontáneas de todos indican que generaron mil pensamientos por segundo entre los que se encontraba el cómo diantres se les pudo olvidar el asuntito este. Se entiende, es tiempo de tutoriales, seminarios departamentales y eventos por el estilo que tienen el objetivo de probar que nuestros nervios no son de acero, pero que deberían serlo. Así que la alerta roja se expande, solo quedan dos días hábiles para conseguir todas las firmas, con la salvedad de que todos los jefes y administrativos de la institución están volcados en menesteres similares solo que en magnitudes mucho, pero mucho mayores, por lo que su disponibilidad decrece a niveles mínimos o nulos. La angustia, por supuesto, se dispara.


Jueves 21 de Ferbrero de 2008.



La mayoría de los experimentos tienen un seguimiento de varios días y si no quiero perder el trabajo de una semana será mejor que no bote los últimos pasos por un enredo burocrático. Después de comer seré libre para llenar el papeleo.


Antes de la comida voy a la oficina de la secretaria encargada de redactarnos 4 de las n cartas que se necesitan, sólo para saber que este día no se presento. La angustia pasa a nivel de histeria, disimulable, pero histeria al fin y al cabo.


Finalmente a las 11:27 p.m., después de mucho escribir, corregir, de decir improperios en voz baja y alta, finalmente, puedo decir que lo único que me falta son los datos de mi jefe, que solo él tiene, las firmas, copias de algunos documentos que puedo sacar al día siguiente y por supuesto las 4 cartas que no pude conseguir el día de hoy.


Viernes 22 de Febrero de 2008


Pocas, muy pocas cosas que hacer en el laboratorio. Hoy es día de papeleo. En cuanto dan las 9:00 a.m. voy a la oficina de la secretaria. En el camino me encuentro con una compañera que anda en los mismos apuros. Llegamos. Hoy tampoco vino. El nivel de angustia se eleva, la histeria se pontencía al ser compartida. No desayuné, no puedo soportar estas angustias en ayunas, pero no puedo ir a desayunar hasta no ir a hablar con el Secretario Académico, para ver qué hacemos en caso de ausencia de secretaria que todo lo sabe en cuestiones de trámites. El Secretario no ha llegado. Es oficial, mi mucosa gástrica no puede soportar tanta tensión sin alimento que digerir. A desayunar. En el desayuno nos juntamos 3 estudiantes igualmente atormentados, lanzado al aire cuanta palabra digna de albañil podemos proferir. La histeria adquiere dimensiones colectivas. Nos dedicamos a revisar meticulosamente nuestros documentos haciendo correcciones mínimas, cosa de formato, dejarlo listo para imprimir.


De repente alguien se asoma a la puerta para decir "Ya llegó Dora". Dora estaba de permiso, solo vino a atender la emergencia burocrática. No va a estar mucho tiempo aquí. Corre. Llegué para encontrarme con una fila no muy larga, pero fila al fin. Es lo malo de estar en el edificio del fondo. Tres de las cuatro cartas son, por arte de magia secretarial, convertidas en una sola. Solo dos documentos que anexar, muy bien. Ahora a llevar la portada de la solicitud con el concentrado de información a que lo firme el Director. El Director nos niega la firma. "Junten todos los papeles, que se los firmen sus Jefes y me traen el expediente armado. Antes de las tres". Corre, corran.


Mi jefe tuvo dos tutoriales, y salió directo a comer sin pasar por su oficina. Bien, calma, puedes explicar que no estuvo disponible, que te dispensen de momento la firma, que la tendrás en la tarde. El Secretario Académico y el Director firman. Excelente. Solo falta el Jefe.



Son las 4:30 de la tarde. Solo espero a que llegue el hombre en el que más he pensado estas últimas dos horas sin ninguna otra intención que la de obtener su firma. Y llegó, solo para decirme que hoy es el deadline para entregar un proyecto, y que me firma el lunes, temprano. Muy bien, tengo hasta las cuatro de la tarde del lunes para entregarlo. Supongo que es posible. Pero al menos lo demás, ya está listo. Mi paquete de dos docenas de hojas está armado. Tengo una tarde para avanzar en lo que se me antoje en el laboratorio.


Seis de la tarde. Me encuentro a dos compañeros. La mayoría tiene jefes con el síndrome del deadline. A ellos también les firman el lunes. Con que nos den tiempo de digitalizar todos los documentos firmados, por que también hay que entregar la solicitud en formato digital, que para eso estamos en la era de la tecnología de la información.



Tres cosas:

¿por qué las instituciones gubernamentales piden tanto papel que nadie, de verdad, nadie va a leer?

¿por qué ese tipo de cosas me causa una repulsión tan fuerte antes de empezar a hacerlas?


Y la más importante:


¿por qué siempre dejo las cosas al último?


No lo sé, de verdad que no lo sé.

lunes, febrero 11, 2008

Nada...

Domingo, 10 de Febrero de 2008

07:04 p.m.


Domingo por la tarde, después de tres días de nubes y vientos, finalmente llueve. La lluvia literalmente se ve venir. Llega un punto en que las nubes negras y extensas no pueden con su propio peso y parecen, a lo lejos, desfundarse. Parece que el aguacero por venir es de preocupar. Pero no, aquí nunca llueve así, y si la intensidad de la lluvia rebasa el promedio no lo hace por mucho tiempo.


Finalmente decido ver esa película de corte gnóstico que alguien me prestó (y que tengo arrumbada en algún rincón esperando a que me acuerde de ella) quitándome momentáneamente todos los prejuicios que esta clase de cosas me provocan. La veo, con atención. El viento cada vez es más fuerte y el olor a tierra mojada, que llega antes que la lluvia misma, es cada vez más intenso. Por fin cae el agua. La película sigue, y estoy atenta. De cualquier modo, no tengo un libro a la mano y no quiero leer un artículo. La película sigue, hasta que se va la luz…


Cuando esto pasa en este fraccionamiento de casas en serie y materiales baratos, la luz puede volver pronto y fallar de nuevo. No es seguro conectar los aparatos, hasta que no haya pasado suficiente tiempo como para creer que el servicio será constante. Mi computadora tiene pila, no tengo internet. Podría escribir algo en el OneNote para distraerme mientras pasa el periodo de prueba. No tengo aún la foto de los millares de pájaros que se posan en los cables del boulevard a estas horas; podría escribir acerca las pequeñas excursiones de fin de semana que he hecho y que no he comentado, pero no sé por cual empezar.


La lluvia ya se calmó, el viento también. Estas tormentas nunca duran mucho aquí. El olor a tierra mojada es bastante intenso. Ya oscureció, y la luz ha estado estable. Tal vez sea tiempo de conectar los aparatos, o de llamar a alguien para disfrutar en un café un rato de la joven noche humedecida.

Podría escribir acerca de las pequeñas excursiones de fin de semana que he hecho y que no he comentado. Sí, lo haré, otra tarde de domingo con nada que hacer.

 
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