martes, febrero 27, 2007

Atardecer

Era domingo, la causa de mis desvelos se había vuelto sobre sus pasos rumbo al sitio de origen. Lo vería pronto, pero mientras eso sucedía solo me quedaba disfrutar de mi propia compañía. Me encamino al centro. Un cigarro es bueno para acompañarse cuando se camina solo. La Plaza de los Fundares pintaba bien para avanzar un poco en la lectura de un Ensayo sobre la lucidez. Luego una melodía llamó mi atención: danzón. Fui a encontrarme con la fuente del sonido y allí estaban ellos: adorables octagenarios engalanados como en sus mejores años, bailando más que con los pies, con la nostalgia. No pude resistirlo y me quedé a observar a las tiernas cabecitas blancas bailar como yo no sé, y como aprendré algún día.

Luego otra cosa llamó mi atención: una nube enrojecida que reflejaba la agonía de un sol que ya no podía iluminar más esta parte del mundo. Tuve que moverme para apreciar el espectaculo completo: todo un segmento del infinito cielo ardía en brasas. Hasta que la luz no pudo más y fue devorada por la oscuridad nocturna.

Seguí caminando y me encontre con un grupo de familias que presnciaban una función de títeres... no alcanzaba a escuchar nada, pero los niños al frente debieron escuchar todo porque reían como gente feliz. ¡Ah, los niños!

Húbose acabado el tiempo disponible antes de los autobuses dejaran de pasar y volví a casa. Ah, si... tenía que evaluar cinco proyectos para mañana. Al menos el fin de semana en compañía y
estas tres horas en calma soledad valen la desvelada que vendría.

martes, febrero 20, 2007

Finalmente...

A veces uno tiene que abandonar las dulces comodidades de esta vida para andar por espinosos tramos de terracerías pedregosas y asoleadas. Pero ni es tanto el polvo, ni tan grandes las espinas y no son tan agudas las piedras, lo que pasa es que uno se acostumbra a los algodones de la vida estudiantil, con clase en grupo y desmadre colectivo que sirve para amortiguar el no dormir y el comer a deshoras. Luego entonces, cuando las mismas angustias se tienen que pasar en solitario, se siente más el cansancio y menos la gracia del alumbramiento de las ideas.

En esa etapa me encuentro en estos días. Despues de un entrenamiento físico que debía acostumbrar al cuerpo a su futuro entorno rodeado de aparatos extraordinarios y superficies desinfectadas con etanol al setenta por ciento, de seres vivos y otros que no lo parecen tanto, después de aprender a soportar los cambios de temperatura extremos que implica entrar al cuarto de incubación a 37ºC para al siguiente minuto llevar otras muestras al cuarto frio a 4ºC, después de entender que en esta profesión el hogar es el laboratorio y que para estar ahí no hay hora límite, despues de todo eso, ahora viene el tiempo de aprender a pensar.

Tener ocho días exactos para armar un proyecto de investigación en un tema que no es el de tu elección, basado en la literatura más especializada posible, comprendiendo el qué y sobre todo el cómo, es el último reto a vencer en este camino de iniciación al campo de la ciencia. Es un reto enfrentado en pares, con alguien con quien nunca habías trabajado, tal vez ni siquiera habías hablado. Dos trabajos: entenderse y avanzar.

He tenido buena suerte y hemos avanzado bien (hasta tengo tiempo de divagar por aquí). Pero la camaradería que se generó entre los entes de extraña naturaleza con los que me vine a encontrar es algo que se extraña, porque no siempre se tiene.

Esas ausencias, que ya no dejarán de ser tales, son la espinita que rasga, la piedra que dobla el tobillo al pisarla y el polvo que pega en la cara. No son tantas las penas, pero es muy fácil acostumbrarse a lo que es bueno y es inevitable la nostalgia cuando se debe dejar.

A todos ellos gracias, el camino recorrido juntos fue toda una aventura, de las mejores en mi vida. Sé que serán exitosos en la siguiente etapa, hoy me queda más claro que nunca.

Un gran abrazo.
 
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