martes, diciembre 29, 2009

Chiapas: Palenque y Misol-Ha.


Al final no supe cuántas horas de viaje fueron, solo puedo asegurar que fueron más de doce desde la salida a las seis de la tarde de Yuriria, en Guanajuato, hasta la llegada a Palenque, en Chiapas, temprano pero ya bien iluminado. O más o menos, porque estaba nublado. Debimos haber recorrido el arco norte, entrar y salir de Veracruz y seguramente habremos entrado a Chiapas por Tabasco. Pero adivino, porque me las arreglé para dormir todo el camino. Las dos o tres veces que abrí los ojos alcancé a ver una pared blanca de niebla como a un metro del frente del camión (mi asiento era el número 3), y a la cuarta ya se estaba estacionado el camión en una callecilla sin chiste frente al modesto hotel en el que nos quedaríamos. Nos entregaron nuestras habitaciones y nos fuimos a desayunar.

Estábamos apenas a la entrada de Palenque, la cuadra en la que estaba el restaurant era la última, de ahí seguía la carretera por la que llegamos. El lugar era pequeño pero simpático: las paredes estaban tapizadas de objetos antiguos y sobreros con frases populares. La comida fue buena y el café mejor. Ya bien despiertos y comidos nos pusimos a registrar los detalles del decorado. La dueña se me acercó para preguntarme si quería ver su colección de muñecas. Me pasó a su casa por una puerta siempre abierta que está a un lado de la caja. La vitrina enorme estaba llena de muñecas con vestidos largos de modas pasadas. Yo las hago, dijo, y me enseñó una muñeca a medio hacer, con sus calzones largos y sus corpiños terminados en encaje, su cuerpo rechoncho en las caderas para darle volumen a las faldas y sus peinados antiguos. También sé coser, no nomás jugar a la comidita, dijo entre risas, o al revés, también sé cocinar y no nomás jugar a las muñecas. Jodida una, pensé, que ni lo uno ni lo otro.

Volvimos a subir al autobús y fuimos al otro Palenque, al Palenque arqueológico. Nuestro guía, indígena tzotzil, nos explicaba cada edificio y cada inscripción y por qué a este edificio sí se puede entrar y por qué a este no. Y el patio de meditación, y las recámaras y los baños y la tumba de la Reina Roja y la crestería y tanta cosa. Y de paso las ciudades que se unieron con Palenque y las que les hicieron la guerra, las comunidades tzotziles y tojolabales, la pobreza y el olvido, Marcos y el 2010 y a saber qué desgracia se venga porque la gente sigue olvidada y si no vean en la carretera las casitas y los niños y las gentes, y que no les extrañe porque el presidente está más lejos de Chiapas que nunca. Pero acá está este edificio que tuvo funciones religiosas y ese cerro no es cerro, es palacio en exploración y si quieren desde arriba de aquél pueden tomar la foto más bonita. Y el servicio es voluntario, lo que gusten cooperar.

Terminando el recorrido comimos unos taquitos de cochinita a la salida de Palenque y nos fuimos a las cascadas de Misol-Ha. Nos mojamos en la cascada y metimos las patitas al arroyo, caminamos dentro de una pequeña cueva y regresamos a Palenque, el pueblo. Fuimos a cenar y de paso conocer el centro. Me recordó a Uruapan (y no sería la última vez que pensaría eso en todo el viaje), las casas con sus tejados de dos aguas y sus puertas y ventanas de madera, sus calles en columpio, con el punto más bajo a media cuadra y la lluvia que no paraba. A cenar llegamos primero a Las Tinajas, sitio harto conocido y por tanto muy concurrido. Después de que vimos que una hora y diez minutos nos alcanzaban para que nos tocara comer nos retiramos a otro sitio cerca del centro. Donde a los diez minutos ya estábamos cenando. Nos perdimos la comida típica regional de Las Tinajas, pero tanto andar no permitía un segundo más de espera. El primer día apenas y estaba agotada. Dormí como inocente.

Fotos:

La pared de El Arbolito

Algunos de los objetos de la decoración.

Doña Chelo con su colección de muñecas y una en proceso de fabricación.

Palenque:

Misol-Ha:


domingo, diciembre 27, 2009

De vuelta a casa.

Impregnada de la humedad de la selva, del calor del golfo, de lodo oloroso a hierba, de olor de café orgánico, de la lana chiapaneca, cansada de subir y bajar, con los ojos llenos de maravillas, hoy por fin regreso a casa. Una semana de viaje en autobús con otros dieciocho sujetos, en un tour que pudo estar mejor organizado pero que alcanzó para conocer un buen pedazo de Chiapas y el puerto de Veracruz.

Decidida a que no me vuelva a pasar lo mismo que cuando volví de la Península de Yucatán, ya estoy preparando un par de posts con muchas fotos del viaje. Mientras los publico, síganle festejando que apenas vamos a medio maratón. Felices fiestas.




viernes, diciembre 18, 2009

Este año empezó con tensiones académicas que nunca antes había sufrido y que me llevaron a consumir cantidades industriales de café y cigarros. Al final de todo obtuve un grado. También empezó con un corazón roto, que sufrió un par de lesiones después y que se volvió a quejar todavía en últimas fechas por algunos vacíos repentinos, pero los nuevos órdenes han sido establecidos y todo marcha maravillosamente. En este año conocí gente muy agradable, y me despedí de gente que espero volver a ver pronto. Empecé otra etapa académica de mi vida y ya empezamos con las vicisitudes del posgrado. Tengo un gato adorable y materialmente hablando no me puedo quejar. Como desde hace tres años ya, esta bitacorita ha sido una herramienta de expresión escrita que me ha permitido, a parte de descansar de mi desorden mental, establecer relaciones in silico harto simpáticas y estimables, algunas de las cuales son una extensión de relaciones in vivo puestas en pausa tiempo atrás debido a la distancia geográfica.

En este momento estoy a pocas horas de partir a Chiapas acompañada de mi madre y uno de mis hermanos. Ya les platicaré cómo me fue. Mientras eso pasa, les mando a todos un fuerte abrazo, disfruten sus fiestas y a la familia.

Descansen mucho, dentro de lo posible. Buena suerte.

PD.: Hay posadas en mi calle, con plegaria, velitas, piñata, cena y todo. Qué bonito.

jueves, diciembre 10, 2009

Sólo por eso.

Porque a veces no paro de llorar, o de tener ganas de hacerlo, porque en algún momento maldije todo lo que tuve, o todo de lo que carecía, porque gruñí y me perdí, y a veces aún me pierdo, en un abismo de angustia cavado con mis propias manos sin que exista necesidad alguna. Porque me dolía y se me notaba en la cara, porque padecí la ausencia sintiéndola sobre el pecho, porque no me quería levantar, ni hablar, ni hacer, pero tampoco podía dormir. Porque me sobran historias de noches tristes y mañanas angustiosas, de comidas insípidas y de pastillas cada doce horas. Porque hice berrinches y sufrí después todas sus consecuencias. Por eso pude, antes o después, gritar hasta perder la voz, porque no puedo decir que canto, bailar hasta el dolor de plantas, o al menos intentarlo, reir escandalosamente y sentarme en plena paz un sábado cualquiera a no hacer nada sino escuchar la música y acabarme otro poco los pulmones. Por eso pude antes o después estar contigo, en noches breves o no tanto, en tardes o días completos agradables. Aprender de tí y enseñarte algo. Quererte mucho, poquito, más. Por eso puedo también hoy verte de nuevo, sin remordimiento, sin dañinas añoranzas eternas, sin pestes de realidades alternas, sin ningún dolor, porque ése tiene un momento, se vive, se sufre, se encarna, y como el mejor de los alimentos, después solo se va.

Porque a veces no paro de llorar, es que otras tantas puedo reírme tanto. Y eso y ser feliz es exactamente lo mismo.
 
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