sábado, mayo 13, 2006

Génesis.

Siempre he sido ensoñadora. Es decir, siempre ando imaginando cosas raras y sin sentido mientras voy caminando por la calle, cruzando el libramiento, mientras como, leo, hago el quehacer, estoy en clases aburridas... excepto cuando veo tele, yo veo tele para apagar el cerebro un rato y descansar de ensoñar.

Por ende, soy una persona sumamente distraída. Todo se me olvida, mi memoria a corto plazo tiene la capacidad mínima necesaria para sobrevivir. No me han atropellado, no sé porqué; no me he matado en un accidente provocado por mí misma, porque mi instinto de supervivencia es suficiente para compensar mi falta de atención. Pierdo todo: lentes, llaves, carteras, credenciales, con frecuencias récord.

Soy pues, una habitante permanente de la luna (ya quisieran los gringos mi situación), y a veces, cuando lo cotidiano, lo terrenal, es apremiante, esta condición llega a ser exasperante.

Así que, pensando, pensando, me puse a buscar el origen de mis angustias. Creo que lo encontré.

Desde último año de secundaria, hasta primer año de la licenciatura sufrí de insomnio crónico. La noche era buena para todo: hacer tarea, leer, dibujar (desde paisajes hasta modelitos de diseñador), escribir (auténticos poemas de secundaria), imaginar cualquier clase de historias singulares, por lo general ubicados en la edad media, con elementos de magia, amores épicos y personajes míticos. Para todo era buena la noche, menos para parrandear, que mis pás no iban mucho con eso y yo no era muy reaccionaria para contradecirles, y por supuesto, ni pensar en dormir. Eso simplemente ya no era una opción.

Los días de esos días (valga) servían para intentar reponer el sueño, con siestas de una hora que no funcionaban. Después de un tiempo, yo me la vivía imaginando de día lo que en la noche no podía soñar. Inauguré formalmente la dimensión alterna en la que me instalaba por momentos, y descubrí que una puerta transdimensional se aparecía cuando menos lo esperaba y transportaba mis objetos a la otra dimensión. A veces no los volvía a encontrar.

Después de segundo año de la licenciatura mi ciclo del sueño se regularizó, pero mi ensoñación no desapareció. Desde que manejo y trabajo he tenido que hacer esfuerzos sobrehumanos para mantener los pies en en esta tierra. He tenido grandes avances, pero sigo ensoñando.

En realidad no quiero dejar de hacerlo. Este mundo es a veces muy complicado y estresante. O yo soy muy simple y estresable. La válvula de escape está ahí, siempre a la mano. Nada más fantástico. Cualquier pretexto es bueno, pero desde hace tiempo, suelo ensoñar contigo. Sobre todo cuando no te veo, porque entonces todo es más fantástico.

Mis tiempos de insomnio son el origen de mi caos, y también de mi afición a las brujas (no como las conoce la mayoría sino como yo me las imagino).

En fin.

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