jueves, junio 15, 2006

El Pino y la Flor.

Antes:
¿Qué hacíamos en San Antonio?
Los Palacios

Ese lunes no éramos nosotros los únicos que andábamos en el cerro. Desde el fin de semana la mayoría de los muchachos y señores del pueblo andan en el cerro colectando flores. Pero no cualquier flor, no no no. Ellos van a cortar orquídeas, unas preciosas orquídeas moradas que, depende el año y las lluvias, pueden o no ser abundantes. Como este año empezó a llover pronto había bastante "lirio" como aquí le llaman, para la fiesta.

¿Y qué hacen con tanta orquídea? Cada varón lleva una vara, por lo general bastante alta, la cual forra en uno de los extremos con una gran cantidad de orquídeas. Los más animados llevan cruces forradas de flor. Otros bajan cargando ramas de pino. En todo caso, éstas son ofrendas florares que se ofrecen a San Antonio, con las cuales bajan del cerro a cuyo pie los recibe el pueblo con la banda por delante.

Ofrendas

La recolección se lleva mucho más arriba de donde nosotros quisimos (y pudimos) llegar. Es un esfuerzo que tiene su mérito. Nosotros pobres citadinos, subimos poco pero con eso tuvimos para llegar a casa de nuestra anfitriona en un estado de modorra morbosa persistente que parecía irreversible. Pero en realidad no era nada que un baño no pudiera remediar. Así que nos acicalamos y salimos junto con los chicas locales, que al grito de "antes muertas que sencillas" se emperifollaron al mas puro estilo duranguense, para ir a encontrarse con los muchachos al cerro.

Y aquí es cuando empieza la fiesta, porque a partir de entonces la banda toca una tras otra piezas típicas de nuestro campo michoacano, y una que otra adaptación de canciones de bandas famosas. Lo que sigue es ir con el santo y sus ofrendas baile y baile por las calles del pueblo, y como bailar da mucha sed, el agua hay que cuidarla y el refresco hace mal a los riñones, pues entonces hay que tomar vino (entiéndase tequila, ron, brandy, entre otros) y cerveza (no tienes que escoger). La banda se desperdiga entre la gente, y esto es el mejor ejemplo del "sonido envolvente" que la alta tecnología quiere lograr: Oyes la tambora por delante, el trombón y el clarinete a los lados y las trompetas por las espalda. ¿Qué más se puede pedir?

A ritmo de la tambora...

De vez en cuando la comitiva se detiene para gritar vivas al pino y la flor, y algún inspirado agrega vivas al pueblo, a su juventud y sus costumbres. Nosotros ni éramos de ahí, pero igual gritamos que sí, que viva y que viva, y que siga la banda porque si de algo teníamos ganas era de seguir bailando.

Si eres una muchacha con buen brazo, puedes pedirle a un muchacho su ofrenda, sin compromiso, nada más para también tú traer tu arreglo de lirios al hombro. Otro encanto de la fiesta son la mojigangas, esos monotes tamaño doble natural dentro de los cuales un bailarin muy aventando (porque lo hace casi a ciegas) danza de curiosas maneras por todo el pueblo. En este caso, todas las mojigangas eran llevadas por muchachas, que ante el peso de su encargo pedían trago de vez en cuando, y todo el que podía se los suministraba, no importa si fuera tequila o brandy o cerveza. Así como se imaginan que acaba alguien que revuelve tanto de todo, así exactamente acabaron, pero ni se notaba, porque desde el principio bailaban chistoso. Otro disfrazado de jinete con un caballito de trapo muy brioso anduvo también acompañando a la comitiva.

Mojigangas

Este jinete era de cuidado; con sus reparos
se andaba llevando a más de uno entre las patas.


Por poco y me olvido de mencionar que, si eres de los acomedidos que gustan de llevar al festejado en andas mientra la fiesta dura, es muy, muy probable que ese año contraigas nupcias, por lo cual nosotros nos abstuvimos de participar tan activamente. Hay cosas que es mejor no forzar.

La fiesta del día 12 acabó tan tarde que ya era temprano otra vez, y si yo fuera un santo y me festejaran así no podría tener queja alguna del pueblo al que apadrino. Y es que qué mejor que una celebración donde la gente te trate como al mejor de sus compadres, con esa naturalidad y algarabía, sin falsos tapujos ni remilgos, si no con toda la idea de que el Santo hombre se sienta como de la familia. Eso sí es cariño, cómo no.

Continúa en La Alborada

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