domingo, diciembre 23, 2007

Entrada No. 100

Sin bombos ni platillos. Mejor un bonito video de la campaña Dove por la belleza de verdad.

sábado, diciembre 15, 2007

Blogger me envejece

Hoy, por puro ocio, abrí mi perfil en Blogger... y me va saliendo conque tengo 251 años. ¿Perdóoooon? Si no me aguanto yo sola pensando que ya tengo 25, que son un montón y que ya puedo decir que me acuerdo de la canción, película o evento de hace 10 años y ubicarme en un tiempo en el que yo ya me sentía grande, que los señores de los camiones y el poli que cuida mi calle me digan "señora" y que ya no me pidan la credencial para entrar al antro. No basta con eso. Ahora resulta que blogger le anduvo diciendo a las 260 personas que vieron mi perfil antes que yo (aunque ya no sé si creerle, porque son muchas visualizaciones para tan pocos comentarios) que soy de la edad de la canica.

Para arreglar el desperfecto fui a editar mi perfil y justo en la fecha de mi nacimiento, junto con el día y el mes correcto aparece el año de 1756... ¿quién anda modificando mi perfil? ¿quién?

1756 fue un año bisiesto. Ese año comenzó la Guerra de los Siete Años y justo el día que dice Blogger que yo nací fue la primera celebración del día de San Patricio en los Estados Unidos. No me gusta para haber nacido entonces, me gusta más mi 1982, entre otras cosas porque fue el año que el CD entró en el mercado (aunque yo lo conocí muchos años después) y porque fue cuando se proyectó E.T., que a mí me gusta mucho. Hice pues la corrección correspondiente, cambiando automáticamente mi año zodiacal de rata a perro (¿ven como 1982 es mejor?).

Pero algo, algo, algo había pasado en blogger, porque cuando vi mi localización y mi "sector" me di cuenta que entre los cuentos chinos que cuenta blogger, anda diciendo que yo soy agricultora de Afganistán... válgame. Me dieron ganas de mentir y decir que soy una persona que vive en Mayotte sin ánimo de lucro. Pero ya era demasiado: yo ni sé donde está Mayotte y tengo todo el ánimo de lucro que pueda poseer una persona. Así que mejor puse mis datos correctos y ya... ¿de verdad habrán visto mi perfil 260 veces? Se me hace que mi mamá ya se dio cuenta de que tengo un blog.

viernes, diciembre 14, 2007

Ni me parezco ni me apellido...

El pasado, ese montón de eventos que ya fueron y de los que solo queda el recuerdo y un montón de consecuencias. El pasado puede ser tan lejano que se puede llamar Historia, si tiene que ver con todo y muy poco contigo mismo, o puede simplemente no existir si tiene que ver todo contigo. Y es que realmente, a menos que seas mormón, difícilmente sabrás de tus ancestros directos más atrás de tus abuelos o bisabuelos. En mi caso los relatos más antiguos me describían a mi bisabuelo, padre de mi abuela paterna, del cual nos contó un tío abuelo casi con lágrimas en lo ojos cuando conoció a mi hermano (esto empieza a sonar confuso, es lo que no me gusta de cuando uno empieza a hablar de la familia). Y todo porque resulta que mi hermano es el vivo retrato del bisabuelo: mismas facciones solo que en negativo. Es que mi bisabuelo era blanco y ojiazul, pero semejantes características, distintivas de debilidad en estas tierras mucho más calientes que aquellas donde se dan los anglosajones, fueron perdiéndose en las generaciones hasta que mi hermano nació con todo lo que tenía el ancestro en cuestión, pero un poco más de melanina.

El bisabuelo era un hombre de muy mal genio, cuenta el tío, y muy hombre además. Murió ya grande pero como los meros machos de entonces, a balazos en un pleito por el honor. Un honor muy conservado, porque jamás permitió que el médico le examinara la próstata cuando le dijo que esa era la causa de sus afecciones en la madurez. Esa es la historia de mi bisabuelo y el único dato que tenía de mis orígenes antes de mis abuelos. Y así estaba bien. No me quitaba el sueño esa ignorancia.

Sucedió, sin embargo, que uno de estos días recibí un correo de una tía paterna, con el muy sugestivo asunto de "Conozcan a sus tatarabuelos o bisabuelos maternos". El archivo adjunto era un documento de Word con el nombre de "fotos bisabuelos Altagracia.doc". Abrí el archivo y sí, ahí estaba la foto, que a mí mas bien me parece un buen dibujo, aunque podría ser un daguerrotipo, aunque esto último es solo una suposición sin fundamentos porque nunca he visto un daguerrotipo y no sé si en tiempos de mis tatarabuelos existía ese aparato.


Ellos son mis tatarabuelos, abuelos de la mamá de mi papá.

La revelación despertó mi curiosidad y tuve que enviar a mi tía un correo con preguntas como: ¿Cómo se llamaban, dónde vivían, qué hacían para vivir? ¿Ella hacía quesos a las 6 de la mañana con la leche de las vacas que él compró? ¿El peleó en la revolución o mandó hijos a hacerlo? ¿Ella se casó a los trece años y tuvo hijos de los 14 a los 29?¿El peleó por ella a machetazos con un cacique de pueblo y huyeron a donde nadie los conociera para hacer una familia feliz? ¿Ella se llamó Altagracia?

Pensé que me mandaría al cuerno ante la avalancha de dudas que lancé y que ella no tenía por que resolver, mucho hizo ya con conseguir la foto. Pero hizo un esfuerzo por sacarme de mi ignorancia familiar y me contestó, palabras más, palabras menos, algo así:

"Tu tatarabuelo era como el mayordormo de una hacienda, el que cuidaba el ganado, pero a lo grande ¿eh?, y tenía a su cargo la ordeña (por eso tu abuelita Ana estaba chapiadita tomaba leche de la buena y queso del mejor; ¡ah! y presumía de lo rico del jocoque que era una maravilla).

Tu tatarabuela era una mujer sumisa y obediente, abnegada, que se levantaba a las 4 de la mañana al molino echar tortillas y atender animales, casa, hacer queso, y tener chiquillos, por lo tanto creo que no era envidiable su situación pero gracias a eso existes, que tal que no hubiera querido tener compromisos ni trabajar, ni ser obediente, ni nada de eso.... tú y yo no existiríamos.

De los nombres sólo sé que se llamaban Altagracia Hernández, y el Nicolás Herrera."

¿Hernández? ¿Herrera? Con esa información solo puedo inferir que estos tatarabuelos procrearon puras hijas, porque de Hernández y Herrera ya no queda nadie en la familia (a menos que lo sean esos primos muy lejanos a los que nunca veo y cuyos nombres y apellidos no he registrado en la memoria). O al menos que fue una hija de ellos quien procreó a mi abuela, cuyo apellido paterno era Andrade.

Los rasgos también se han diluido. Puedo ver ciertos rasgos de mi abuela en la cara de Doña Altagracia, pero el conjunto no me recuerda a nadie en particular de mis parientes. Tal vez necesito una segunda opinión o ponerme a comparar fotos de tíos, primos y hermanos a ver que queda de Hernández o Herrera en nuestros rostros de finales de siglo XX (que fue entonces cuando nacimos, aunque nos queramos sentir mucho del nuevo milenio).

Qué caray.

Lluvia de estrellas

Anoche hubo lluvia de estrellas. Las gemínidas eran ellas porque así les pusieron aquí. Siempre he querido desvelarme para ver una lluvia de estrellas. Mi padre me anunciaba la inminencia del fenómeno y prometía despertarme a tiempo para subir a la azotea y ver como caían los restos de un cometa moribundo, o de cualquier otra cosa más grande que se desintegró allá en el espacio, o que no se ha acabado de formar, y que la gravedad y no sé qué fenómenos físicos hacían que se interpusieran en la órbita terrestre y desaparecieran chamuscados por el roce con nuestra siempre protectora atmósfera. Sin embargo, siempre al anochecer me desencantaba diciendo que lo nublado o las luces tremendas de la ciudad no dejarían ver nada. Yo sin embargo me iba a la cama con la intención de no dormir, o si me dormía, de despertar a la hora justa para ver el fenómeno. Pero ni una ni otra: yo que siempre he sido tan feliz en sueños, me quedaba profundamente dormida y despertaba hasta que mi mamá me decía que ya era hora de vestirme para ir a la escuela. Yo me levantaba enojada conmigo por ser tan poco tenaz.

Luego crecí, mi curiosidad de niña fue disminuyendo hasta que yo me enteraba de ese tipo de fenómenos hasta que alguien me los platicaba después. Y acabé olvidando que siempre quise ver una lluvia de estrellas.

Ayer, cuando me enteré de que semejante fenómeno se iba a dar otra vez juré no permitir que sucediera sin ser testigo de ello. Lo bueno de vivir a la orilla de este llano infinito es que las luces de la ciudad son menos. La terracita de mi casa siempre me ha gustado, pero ahora realmente iba a adorarla.

Ya en casa con la idea de pasar un poco de frío por ver quemarse partículas extraterrestres, me llegó un mensajito invitándome a ver lo mismo, pero en el mirador. Bueno, pues allá fui en compañía de parte de la familia putativa, con la que hacía rato que ya no compartíamos noches de desvelos. Despues de un rato, y entendiendo que las luces de la ciudad era aún muy intensas, nos dirijimos a las afueras de la ciudad, en un paraje bien conocido, y considerado seguro donde la lluvia se vio en todo su esplendor.

No sé qué tienen esas cosas que no se ven seguido, el hecho de ver eventos que van mas allá de la realidad inmediata, que me atraen y me calman los ánimos como la música debería calmar a las fieras. Estuvimos hasta altas horas de la madrugada observando caer gemínidas cual prometeos incendiados, aguantando el frío y la tortícolis, no como los machos, sino con ayuda de botana y un poquito de tequila (solo poquito, porque hoy se trabaja y había que manejar a la ciudad).

Esta noche vi llover... solo puedo decir "Qué bonito".

jueves, diciembre 13, 2007

Gringaderas

Hoy amaneció haciendo frío, un frío mas propio de la temporada. A las 10 horas con treinta y tres minutos estamos a 18ºC , con un muy bonito cielo a medio nublar. ¿Qué les cuesta? En este clima tan propio para mí, surgieron desde mis adentros (puesto que tengo muchos, debido a lo complicado de mi personalidad) ganas de escribir mientras que corre un gel y a pesar de que la gente a mi alrededor trabaja como hormiguitas, como yo también debería. I should have diré después, pero mientras escribiré un poco.

Hoy toca turno al tema de las cenas navideñas, solo porque sí y porque en el radio no hay otro tema y yo, tan suceptible, manipulable y poco original, no puedo pensar ya en otra cosa. Recuerdo por ejemplo las cenas en casa de mi abuela, que me heredó además de la predisposición a la diabetes su primer nombre. En ese entonces, cuando todavía toda la familia se reunía con sus mejores galas alrededor de la mesa, la cena era una maravilla, porque mi tía de Chihuahua (con la que también comparto el primer nombre) llegaba con muchas ganas de cocinar. Hacía pues un platillo mi abuela, otro mi tía de Chihuahua y otro mi tía de Morelia (con ella no comparto el nombre). Era una cena buffet, con la salvedad de que había que comer de todo para que nadie se sintiera agraviado. Había toda clase de platillos: pierna de cerdo en no se qué salsa, lomo (también de cerdo), menudo chihuahuense (que no chihuahueño, por favor) con granos de pozole, guisados de res y hasta mole de muchos colores. A parte los siempre tradicionales buñuelos y los atoles multisabores.

Cuando tocaba cena en casa de mi otro abuelo (el materno he de aclarar), viudo desde mi tierna infancia, pero solito él bastaba para convocar a toda su prole y derivados en Navidad; cuando tocaba la cena en su casa, decía yo, la cena era un poco menos abrumadora: un solo plato fuerte y muchos postres. El plato fuerte casi siempre era pozole o enchiladas o cualquier otra delicia de esas que son bien mexicanas y que a mi venerada madre (con la que también comparto mi primer nombre) y a sus hermanas tan bien les quedan. En esta casa siempre había además, piñata y cuetes, por lo menos luces de bengala, y fogata en la calle. Qué bonito era todo aquello.

De las cosas que no aparecen en mis recuerdos cada vez más lejanos, está el pavo, llamado en vida guajolote. Ese que ahora que ya no nos juntamos con la familia porque ya no hay abuelos a quienes ir a ver, a mi mamá le da por preparar, para aprender, a pesar de que ya nomás somos cinco en la mesa y no hay manera de acabarse semejante pajarote. Es que antes, el pavo no era indispensable en la mesa navideña mexicana, y con tanta delicia que tiene el recetario nacional, ni para qué meter semejante gringadera: a mí me sabe más bueno el pollo en mole.

Eso me recuerda una anécdota de cuando mi mamá andaba de misionera del libro y el lápiz en los ranchos de mi tierra. En esos tiempos, conoció mi madre a una mujer ya grande cuyo hijo prófugo del arado le había mandado desde el vecino país de norte uno dolaritos para que prepara la cena navideña "con pavo y todo, amá, ahora que tenemos con qué". Y la pobre mujer, ya no sabía dónde meterse para conseguir un pavo. Ahí anduvo la abnegada madre, buscando quien le vendiera un pavo días y días, angustiada por no poder cumplirle el gusto a su hijo, y por no saber a qué iba saber un pavo. Es hora de aclarar que el único pavo que la mujer conocía era el pavo real, animal harto difícil de conseguir y raramente cocinado por esto lares. Cuando finalmente alguien le aclaro que el pavo que su hijo quería no era otro que el humilde guajolote, regresó la noble madre apunto de un torzón, de puro coraje: "De haber sabido... desos tengo dos en el corral"

Y todo por querer cenar pavo y no un delicioso mole, o un pozole o unas enchiladas. Insisto, esas son gringaderas. Es más, creo que ese día ni se trata de cenar. Pero creo que de eso ya nadie se acuerda.

viernes, diciembre 07, 2007

Se me fue un año

Desde Septiembre no escribo. Eso implica que he tenido realmente poco tiempo de ocio a solas. Si el ocio en general ha sido escaso, el ocio a solas, que es el único que sirve para escribir, ha sido prácticamente inexistente.

Finalmente los meses han pasado, el posgrado se acorta y las vacaciones están a la vuelta de la esquina. Ya es diciembre y el año se fue como agua entre las manos. Terminé mis cursos, empecé mi proyecto, tuve dos tutoriales y mi estado de ánimo ha fluctuado como acciones en la bolsa en tiempos de incertidumbres.

Es diciembre ya, hace frío, aunque no como esperaba, es tiempo de ponches, piñatas, rosarios y fogatas en las calles y fiestas en las casas. Fue también el séptimo aniversario, uno muy feliz por cierto.

Es diciembre y es tiempo preguntarse cuánto queda por hacer el año que entra. Si alcanzaré a hacerlo en el tiempo establecido. Es tiempo de imaginarme dónde estaré en un año. En realidad ese es un pensamiento muy limitado, porque a estas alturas de mi vida mi futuro ya no es sólo mío, por eso festejamos un séptimo aniversario; así que más que imaginarme dónde estaré, me imagino dónde estaremos en un año. Veo entonces que hay que reacomodar algunos planes. Pero seguimos teniendo la esperanza de que todo saldrá bien.

Es diciembre, ya comí buñuelos y atole de tamarindo. Ya rompí (o lo intenté al menos) una piñata. Pero aún no vuelvo a casa. Me faltan escasos días. Iré, porque allá está la voz que me llama con cariño y los brazos que anhelan tenerme entre ellos. Ya casi se llega esa hora. Después de un año transcurrido, por fin volveré para estar por un periodo considerable. Qué rico.
 
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