martes, diciembre 18, 2012
Octagenarios
Míranos, octagenarios. Un pie del otro lado y el otro pie necio, aferrado a este sitio y a este tiempo, como si aún quedara algo para nosotros, cuando nosotros mismos ya no somos para nada ni para nadie. Míranos, en paz, sabiendo que cerramos todos nuestros círculos, o nuestros triángulos, o nuestras figuras nada regulares pero cerradas al fin; porque si algo queda abierto se vuelve herida, y aquí nadie ha salido lastimado.
Míranos, octagenarios. Moribundos, satisfechos, tranquilos. Dicen que hay una vida más allá, creo que estamos preparados para ella, aquí todo está hecho. Míranos, o mejor no, ya no miremos, cerremos los ojos para que cada uno, en su momento, termine su trayecto, se desprenda yal fin dejemos de ser todo lo que fuimos.
martes, marzo 27, 2012
Los simples
El amor de los simples es así, simple, libre de toda complicación y amargura, liso, sin vericuetos, sin trampas, sin odios ocultos, ni ataduras. Los simples aman como en las novelas rosas, como en los cuentos, maravillosamente y para siempre. Para siempre. Los simples lloran cuando aman a un convulso. Pobres, ellos tan claros y los convulsos tan oscuros. Ellos tan seguros, los otros tan inciertos. Ellos tan dispuestos a tanto, los otros siempre sospechando todo. Los simples más agudos reconocen al convulso y darle luz se vuelve una misión en la vida, sin saber que en el proceso serán ellos quienes perderán un poco de esa visión llana del mundo en la que radica esa felicidad suya, tan cristalina. Un buen día el convulso se levanta y descubre la blanca luz del día, cae la pesadez de sus hombros y se da cuenta que lo poco que el simple ha pedido por quererlo es una nada, es una sencillez, claro qué más iba a ser. Para entonces el simple ya se ha ido, o su simpleza al menos. El amor de los simples queda en el recuerdo, o en la aspiración y todo queda en ese limbo de tonos grises donde se ambos son casi iguales y pueden ser, no tan cristalinamente, pero felices.