viernes, marzo 28, 2008

No soy tecnófoba...

... pero este tipo de cosas me dan ñáñaras. En especial la frase de "... a medida que declina la población nipona ... " etcétera. Chale.

domingo, marzo 23, 2008

Les Luthiers

viernes, marzo 21, 2008

Jueves Santo en Morelia.

Siendo jueves me dió por salir a maderear cámara en mano y al lado de la razón de mis desvelos. Se me olvidaba que era día de la Visita a los 7 templos. Cerraron la circulación del primer cuadro de la ciudad y permitieron que los feligreses hicieran su recorrido palma en mano izquierda y libro de rezos en mano derecha sin preocuparse de ser atropellados por el abundante tráfico. En la plaza Valladolid se proyectó sin ánimo de lucro "La pasión de Cristo" de Mel Gibson.

Así se veía Morelia este Jueves Santo.
Vistas de lado Oriente y Poniente de la avenida principal
Atardecer sobre una ciudad en pleno fervor religioso. La torre es del Templo de las Monjas.

Templo de San Diego y Santuario de Guadalupe. Sobre él, la luna llena.


Caminando por la Calzada nos encontramos el nuevo Café del Artista, que es parte de la Posada del Artista, que además de café y hotel es galería, donde todas las piezas están a la venta y la idea es que artistas locales puedan exhibir y vender su obra. Se veía agradable el lugar.

Patio de la Posada del Artista. Todas las esculturas están a la venta.

Ya de regreso por la avenida madero nos dimos cuenta de que la seguridad estaba asegurada para todos los paseantes, locales o extranjeros. Los cuerpos policiales se prepararon llevando nuevos elementos caninos bien capacitados, pero compactos para no estorbar entre el gentío:

Interrogado jocosamente por los paseantes, el apenado oficial tuvo que aclarar que era el perro de casa.

jueves, marzo 20, 2008

Artesanías Michoacanas

A Uruapan hay que ir en Domingo de Ramos, a ver los concursos de artesanías y de indumentaria indígena en los que no participan nada más los purépechas sino también otras etnias menos afamadas en el estado pero que también lo habitan, como la náhuatl, mazáhuatl y otomí.

El Domingo de Ramos todavía estaba en Irapuato. Llegué a Morelia a medio día e hice un par de cosas aquí, por lo que ya no fui a Uruapan. Fue apenas este miércoles que finalmente llegué a mi ciudad natal con toda la intención de cumplirme un berrinche que tiene origen en mis años preescolares. Me explico: cuando era niña y vivía en el centro de Uruapan mis papás me compraban cada año, en el tianguis de artesanías de Semana Santa cualquier cantidad de utensilios de barrio en miniatura. Tenía muchos y me encantaban. Luego nos mudamos a Morelia y mis trastecitos se quedaron en casa de mis abuelos maternos, donde fueron víctima de la etapa coge-y-avienta de una mis primas, que aún andando a gatas fue capaz de acabar con todos ellos, además de varios discos de acetato entre los que estaban mis audicuentos de Disney.

Con los años, y presa fácil como soy de la nostalgia, me propuse volver al tianguis a gastarme el dinero que no me sobra en miniaturas de barro para iniciar una de esas colecciones sin beneficio que algunas personas llegan a tener.

Ahí íbamos 5 monos, todos emparentados a Uruapan. Llegamos a comer, porque ya era tarde, en un restaurante de trucha Arcoiris que está a la salida a Morelia por la libre (Toreo, le llaman a la zona). El restaurante está entre huertas de aguacate y nuez de macadamia y tiene su propio criadero de truchas. Una orden de ceviche de trucha, sopa tarasca, truchas asadas, a la diabla y "arcoiris" (con queso y tocino), y alevines (bebida de aguacate riquísima), constituyeron el menú. Qué rico. Ahora sí, al centro.

En la plaza se desplegaban todos los puestos, con sus toldos blancos y sus letreros uniformes que decían cuál era la artesanía que vendían y de dónde venía: guitarras de Paracho, cobre de Santa Clara, barro de Capula o de San José de Gracia, etcétera.

Empecé comprando unos huaraches, que ya me hacían falta. Mi mamá compró utensilios de madera para la cocina y servilletas bordadas. También compre un par de tazas de cerámica. Cuando llegamos al área de las miniaturas no sabía ni dónde empezar. Finalmente compré todo lo que está en la foto. No gasté mucho, he de decir. Bueno, más o menos.

Los primeros objetos de mi naciente colección de miniaturas de barro. ¿A poco no están chulas?

Una de las dos tazas de cerámica de Capula que compré, junto a algunas de las miniaturas más grandes.

Mis huaraches nuevos :)

Lacas de Uruapan.

Guitarras de Paracho

Cobre de Santa Clara

Artesanía en madera

Juguetes tradicionales. Yo jugué con algunos comos esos.

Trabajo en tule.

Huanengos: Blusas tradicionales bordadas en punto de cruz. Todo un arte.


Lástima que a la cámara se le acabó la pila y ya no alcancé a tomar fotos de otras maravillas artesanales.

Para concluir el día me fui a cenar un atole de tamarindo, que el estómago no tenía todavía espacio para tamales, y si lo tuviera hubiera querido que fuera uno de harina de trigo y de esos ya no había. Tanto vendía la señora del puesto que hasta unos europeos sin temor a la venganza de Moctezuma se sentaron a pedir lo que más lógico les pareció pedir entre tamales rojos, verdes o de dulce y atole de tamarindo, zarzamora, negro y otros que ya no recuerdo . Rico.

miércoles, marzo 19, 2008

Una zacatecana en Querétaro

Querétaro es un bonito lugar para visitar. Entre sus encantos están esas callejuelas del centro por donde los carros ya no pueden circular, los cafecitos y restaurantes, y sus plazas, que no siempre son lugares donde la intolerancia tiene lugar. A Querétaro he ido unas cuantas veces, en grupo, en familia o por mi cuenta. La última vez, hace como dos semanas, un domingo, fui a visitar al buen Giovanni, que tiene viviendo allá varios meses y estando ya a punto de regresar a Morelia me volvió a decir que a ver cuándo me dignaba a ir. Bueno, pues me digné. Solo fue un domingo y no fue mucho el turismo que hice, pero entre los lugares que visitamos hay uno que destaca: La casa de la zacatecana.

Esta mansión se encuentra ubicada en el número seis de lo que alguna vez se llamó Calle de la Flor Alta (ahora Calle Independencia, número 59). Durante el siglo XIX habitó esta mansión un matrimonio de Zacatecas. El marido tenía muchos negocios en las minas de su estado de origen y viajaba constantemente. Mientras, la mujer debía permanecer en casa sin derecho a salir a la calle más que a misa, sin hacer amistades ni recibir visitas como no fueran de la modista y la costurera. Pobre mujer, tal encierro en un lugar desconocido y sin atención alguna de su marido debió acabar con su cordura. Al menos acabaría con la mía. El matrimonio, como era de esperarse, se estaba desmoronando y los esposos dormían ya en habitaciones separadas. Después de un tiempo, al parecer, la zacatecana comenzó a tener amoríos con algún queretano de identidad desconocida. Finalmente, y seguramente harta de su triste suerte, un mal día dio instrucciones a uno de sus sirvientes para que acabara con la vida de su marido. Y así lo hizo este pobre cristiano. Lo que el fiel sirviente no se esperaba es que, con el fin de evitar dejar cualquier evidencia, al momento que enterraba el cuerpo del patrón en las caballerizas, la zacatecana se encargó de darle muerte por la espalda con su propia mano. Ambos cuerpos quedaron enterrados en las caballerizas y nadie supo nada de ellos por un tiempo.

Un día sin embargo, en lo que pareció ser un asalto a la mansión, la mujer fue apuñalada en la madrugada y su cadaver fue llevado a la plaza, al parecer para despistar a las autoridades. La aparición del cuerpo de la zacatecana en la plaza dio lugar a que se encendieran los ánimos de los queretanos, quienes ya rumoraban que la desaparición del marido era cosa de la mujer. Y es que lo queretanos estimaban mucho al señor, ya que entre las cosas que sí hacía estaban muchas obras de caridad. Entonces la turba enardecida tomo el cuerpo de la zacatecana y lo fue a colgar del balcón principal de su mansión a manera de venganza, y si no es por la intervención de la autoridad local no hubiera quedado cuerpo.

Dicen que desde entonces los ocupantes de esa casa no duraban mucho habitando en ella, pues las ánimas de los personajes de esta leyenda andan por ahí incomodando a los que quieren dormir. Finalmente un coleccionista de la ciudad de México compró la mansión, la amuebló con su colección de muebles virreinales, del siglo XIX y principios del XX y la hizo museo, exhibiendo tambien la leyenda. Es impresionante el grado de opulencia que se puede concentrar en una sola habitación, no digamos ya en toda la casa. Si yo fuera el ánima de una dama de sociedad del siglo XIX sería muy feliz si la mansión de mis angustias fuera finalmente decorada con tanta cosa fina, pero tal vez la zacatecana, acostumbrada al recato y a la soledad no lo estaba tanto, porque el coleccionista que montó todo acabó muriendo en un accidente cuando se dirigía a Michoacán en 1998.

Fotos:



























Recámaras de la zacatecana y su marido, respectivamente. Se trató de conservar en lo posible el estilo original de las mismas. El maniquí de la primera foto nos sacó un buen susto.






























Colección de Cristos. Incluye un Cristo hecho de pasta de caña (foto inferior) hecho por artesanos michoacanos; dicen que ya no se hacen. Alguna vez tuve pesadillas con muchos Cristos.
















Ejemplo de las habitaciones de la Casa de la Zacatecan. Pura opulencia.














A la gente que acabó de montar el museito les dió por montar en el patiecito central la fosita que debieron encontrar las autoridades queretanas hace un siglo y cacho con los restos del empresario zacatecano y del pobre cristiano que por obediente acabó igual de muerto. Qué cosas.



Un videito de una de las salas más impresionantes: La sala de los relojes. Lo único que se oye es el tic tac de todos estos relojes que aún funcionan, y por ahí un poco de la música ambiental del museito.

sábado, marzo 08, 2008

El circo y un papelito multicolor

Hace poco vino Erandi a dejarme un pequeño objeto que me guardaba y que no tiene más valor que el que la nostalgia le puede otorgar (y hay que ver cómo la nostalgia suele sobrevalorar cualquier cosa). Ese objeto no era más que un pedazo rectangular de papel multicolor de cuya impresión lo que más sobresale es la palabra VISA, y un poco menos notoria, la palabra ticketmaster, así, todo en minúsculas. Era, es todavía, mi boleto para asistir al Cirque du Solei (o lo que queda de él, del boleto, después de que en la entrada desprenden una parte).


Recuerdo haber visto parte del espectáculo en el ARTS Channel, o en la pantalla del bar-café Balcón del Ángel, (que es más bar que café, por eso puse esa palabra primero, que está atrás de catedral en Morelia y que recomiendo ampliamente) mientras tomaba cualquier bebida de mi antojo y comía una ricas chimichangas como botana. Recuerdo haber visto los videos y haber dicho que algún día iba a verlo en vivo. Recuerdo también que nunca hice el intento de ahorrar con ese fin ni busqué fechas de presentación y que dejé de pensar en eso por un tiempo.


Un buen día del septiembre pasado Erandi dijo, palabras más, palabras menos: David va a ir con Juan y Ceci a ver el Circo del Sol en Guadalajara, si quieres ir hay que comprar los boletos ya, pero son para la función de dentro de un mes. ¿Cuánto cuestan? $650.00. ¡Ah! Eso es mucho dinero y ya es fin de mes. Sí, lo sé, pero Juanito los pide hoy a ticketmaster y hay que pagárselos mañana; piénsalo, tienes hasta las seis porque él se va.


Lo pensé. Eran $650.00 del boleto, mas casetas, mas gasolina (o pasajes de camión, según decidiéramos), mas comidas, mas antojos… bueno, podía ser que los antojos se suprimieran pero sí iba a ser un gasto fuerte. Y además para pagar el boleto había que considerar que era fin de mes, eso era muy, pero muy importante. Luego, de repente, nada me importó y dije que sí, que sí iba. Erandi también decidió asistir y Ari, oriunda de Guadalajara tuvo a bien ir a ver a su tierra el Circo y ofrecernos su casa para llegar un día antes de la función.


Dos carros, tres monos por carro, una autopista carísima y fea, una comida compuesta de tortas ahogadas y pellizcadas (sopes gigantes) en Tonalá formaron parte del camino de ida. El sábado los del carro uno fueron a su función. Nosotras (Ari, Era y yo) fuimos hasta el domingo, pues ya no alcanzamos boletos para el sábado, ni con un mes de anticipación.


El Circo es una experiencia maravillosa. Simplemente no puede describirse sin sentir que algo queda sin mencionar. Solo recuerdo haberme sentido intrusa en el sueño de alguien. La música te desprende del mundo y te transporta a ese plano donde podrías decir que nada de lo que ves real, porque te sientes en trance, como si todo lo estuvieras imaginando, soñando. Los personajes más extraños con los cuerpos con las capacidades más insólitas. Cirqueros, saltibanquis, personajes de sueños extraños haciendo las maromas, los actos de equilibrio, los saltos, las suertes que tal vez también se verán en otros circos, pero con una técnica tan pulida, un grado de dificultad mayor, un ambiente tan enriquecido por la historia, la música (la música, la música), la iluminación, que acaba siendo en conjunto el sueño perfecto: Con un principio, un fin, y una serie de intermedios en los que te podrías perder para siempre.


Finalmente cumplí aquello de que un día lo vería en vivo, y valió los cientos de pesos del boleto, y los otros cientos de pesos de gastos adicionales que incluyeron una ida al Purgatorio bar, unos zapatos que compré en Plaza del Sol, un cafecito en la tarde del sábado en la misma plaza en compañía de muy agradables amigas (en una cafetería muy mona que además tenía su sección de librería y un rinconcito donde un señor de edad hacía las veces de cuenta cuentos para que los niños pequeños dejaran a sus papás tomarse su cafecito en paz). Haber visto el circo es un recuerdo que vale la pena.


Ese y el haber conocido a la familia de Ari; sus hermanitas nos llenaron de toda clase de regalos, solo porque éramos amigas de su hermana y nos hicieron prometer que volveríamos, cosa que no hemos hecho. Ese y el agotador viaje de regreso por la carretera libre, estrecha, llena de trailers, tramos sin pintar, zonas de topes, pésimos señalamientos y una considerable cantidad de estrés, porque íbamos a llegar tarde a Irapuato, y para no variar, teníamos que llegar a hacer un par de cosas al Centro que nos da para comer y para ir a ver el circo. Ese, y la carrera que pegó Erandi cuando llegamos a Irapuato por una calle por la que no habíamos transitado, con topes sin señalamiento y sin pintar, sobre los cuales su pobre auto dio el vuelo de Prometeo queriendo llegar más allá de donde le es permitido, que es a ras de suelo, después del cual cayó sobre el asfalto asesinando a uno de sus amortiguadores y sacando el aire a las pobres llantas. Ese y el que al final, nada pasó a mayores.


Vaya, cuántos recuerdos puede evocar un papelito multicolor.




 
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