domingo, julio 29, 2007

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A veces suceden cosas buenas que no te esperas. Entonces eres momentáneamente feliz.

A veces las cosas buenas que esperas no suceden. Entonces te amargas ligeramente por un instante.

Lo mejor, por supuesto, es no esperar nada nunca.

lunes, julio 23, 2007

Volveré, dije...

... y cumplí. Me explico: El año pasado conocí las playas de mi tierra en aquél tour lleno de anécdotas que emprendí con mi madre y que quedó registrado aquí. Maruta, Faro de Bucerías, San Juan de Alima y otras playitas no industrializadas para el turismo, con sitio para acampar y nada, pero absolutamenta nada que te distraiga de tu propósito de disfrutar la inmensidad del mar y de no hacer nada.

Bueno, pues esta vez no me fui en un camión del año de la canica sino en un Neón mas bien reciente, y no fui con mi familia de verdad y un montón de desconocidos, sino con una parte de la familia putativa que ya conocen. Chayo, Karlita, Rafa, David y yo. 5 monos en un carro, Mochilas al hombro y guía Roji en la mano (porque solo yo conocía el destino, pero definitivamente nadie conocía el camino desde el llano infnito que es Irapuato).

Con la asesoría vía SMS de una bióloga experimentada en estos viajes y la Roji, emprendimos el camino a las 12:00 del día, desapareciendo de nuestros laboratorios mágicamente y sin muchas explicaciones. La ruta fue larga pero placentera: en 9 horas pasamos los estados de Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Colima y Michoacán otra vez. Pasamos por toda clase de pueblitos pintorescos y por lugares tan hermosos como Mazamitla, Jalisco (he de volver). Los chicos se enteraron de que efectivamente el pueblo de Jaimito el Cartero (de El Chavo del Ocho), Tangamandapio, "aquél pueblito de crepúsculos arrebolados", sí existe y no se quisieron ir sin evidencia suficiente:



Posteriormente pasamos por un pueblo Jalisciense llamado San Mames. No quisiera saber cual es la actitud general de los habitantes, ni sus hábitos más arraigados. Lamentablemente no hay foto del recuerdo.

Finalmente llegamos a Maruata de noche, y acampamos en la playita, durmiendo en hamacas o en la arena (porque los cálculos le fallaron al buen Rafa en cuanto a la capacidad de la tienda...). Afortunadamente hacía tanto calor que aunque hubiera sido suficientemente grande, la tienda no se hubiera ocupado. Lo bueno, es que había repelente.



Disfrutamos Maruata de noche, hasta que casi amaneció. Luego disfrutamos Maruarta de día, haciendo absolutamente nada. Que rico. El domingo, el dia tercero, emprendimos el regreso temprano, para alcanzar a pasar a Faro de Bucerías y nadar un rato en sus calmas aguas. Pero no contábamos con la presencia de la marea roja. Malditos dinoflagelados. Obviamente ya no pudimos comer mariscos, que era otra de las cosas a las que íbamos a Faro. Comimos en La Placita, pueblo cercano y de ahí nos fuimos rumbo a Colima. Y de ahí a la realidad. Irapuato.

Ese fue el fin de semana más relajado de todo lo que llevo de posgrado... y ay, cómo lo necesitaba.

Datos adicionales: Maruata se quedó con dos cámaras (una cayó en el agua, otra solo se llenó de arena) y un pedacito de mí piel cuando me revolcó una ola (no se recomienda meterse mucho al mar, es mar abierto). En fin.

viernes, julio 20, 2007

El vuelo del pato

Muchas cosas han pasado en estos días que no he escrito. Algunas de ellas no merecerán mención, de otras no querré hacer tal aunque bien podrían merecerla. Pero unas cuantas las relataré en este espacio porque son simpáticas anécdotas que me place contar.


Entre ellas se encuentra la triste historia del pato infante Lukas. Esta historia empieza unos cuantos meses atrás, cuando mis bien amados hermanos putativos David y Rafael decidieron darle vida al departamento que habitan comprando una mascota. No fue una decisión difícil de hacer ni les llevó varios días y sus noches pensar en la mejor manera de cumplir su deseo. No, no, no. Simplemente, una tarde pasaron por un tienda de mascotas y al tiempo que curioseaban cuales niños maravillados, un pequeño pato tuvo a bien hacer una gracia (que no acabaron de explicar cuál fue) de manera tal que este par de jarochos cursis quedaron prendidos del animal y desembolsaron en un tris cuanto se requirió para adquirir al pato, su alimento y una alberca inflable para que el nuevo miembro de la familia fuera feliz. Justo así, como niños con domingo.


Dado que fue una decisión del corazón, la razón se hizo a un lado. No entró en escena ni siquiera para recordarles a los chicos que su departamento no tenía patio, que en la azotea del edificio había un perro ansioso por salir aunque sea cinco minutos de su vida a la calle y que el único espacio donde podían colocar la alberca era el espacio que funge como sala-comedor-cocina, el cual por cierto, no está muy ventilado que digamos.


Nada fue obstáculo y finalmente el pato se instaló en su nuevo hogar y fue bautizado como Lukas. Su llegada fue divulgada y fuimos invitados a conocerlo. Bonito animal el pato, como casi todos los infantes de cualquier especie.


Los orgullosos "padres" transespecie eran muy felices hasta Lukas comenzó a crecer, a comer más y, por supuesto, a desechar más. Y los muchachos (que son pulcros, a pesar de ser hombres y vivir solos) tuvieron que empezar a hacer toda clase de maniobras para mantener limpia la casa del pato, que no dejaba de ser su propia casa (y comedor, recordémoslo siempre). Afortunadamente, al polluelo aún no le daba por volar.


La realidad empezó a oler muy fuerte y los chicos tuvieron que pensar en liberar a Lukas en algún parquecito o presa cercana. Pobre Lukas. Mientras decidían que hacer, los días pasaban, Lukas crecía y la urgencia de su liberación era cada vez más inminente. No faltaron las propuestas de que un destino "a la naranja" sería lo más conveniente para el pato y para el resto de la familia.


Finalmente, un buen día, o mejor dicho, una no tan buena noche, los padres de Lukas tuvieron que salir de casa para culminar laboriosos experimentos en el Centro que nos da para comer. Cuando volvieron ya no había pato. O sí había pato, pero su esencia, su vida, se había esfumado. Murió inexplicablemente en un lapso de horas.


Creamos ahora que esto es una tragicomedia ficticia. Podríamos decir entonces que al verse repentinamente abandonado a media noche, Lukas temió que sus padres estuvieran echando a andar algún plan siniestro para deshacerse de él. El temor ante la vida salvaje, para la que no se encontraba capacitado fue demasiado, y prefirió morir en el hogar paterno antes que verse solo y abandonado ante la adversidad de la vida real de un pato cualquiera. Qué romántico.


Pero esto es una anécdota, no una novela. Luego entonces, no hay causa de muerte determinada. El departamento volverá a oler a limpiadores y comida casera. Y todavía hay quien piensa que un destino "a la naranja" hubiera sido mejor.


Descanse en paz y vuele muy alto el alma (si existe) del buen Lukas.



EN MEMORIA
LUKAS
 
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