lunes, enero 08, 2007

Primer día, primera noche... y otras anécdotas postoperatorias.

Las vacaciones fueron una maravilla. Dormir y levantarse a deshoras, vivir toda clase de experiencias familiares, recordar lo que era la vida de falso ermitaño en medio de una ciudad que no ansiaba por recorrer pues prefería encerrarme a ver películas por mayoreo en mi feliz sillón, reencontrarme con viejos amigos y dar tiempo en cantidad y calidad a quien me espera. Regalos dados y regalos recibidos. Ojos sanados. ¿Qué más se puede pedir?
Pero ya era tiempo de volver a este bajío de llanos infinitos, de vientos enérgicos, sol inclemente y frios que calan hasta los huesos, todo en un mismo día. Ya en el Centro donde pretendo alargar mi vida de estudiante me reencontré con los nuevos amigos y me recibieron con una buena noticia: ¡Encontraron mi cartera! (sí, perdí mi cartera hace tres meses y resultó estar en un lugar absurdo, pero al menos estaba intacta).

La mala noticia (que conocía de antemano) era que tenía exámen el jueves. La noticia más mala fue que tenía que preparar una exposición de lunes a martes y estar en clase por sesión doble todos los días hasta un día antes de mi exámen. Por lo tanto, estudio para exámen: por la noche. CONCLUSIÓN: Mis ojitos recién intervenidos tendrían que sufrir un rato.

El exámen no fue un gran problema, pero mi ojo siniestro tardó mucho más en sanar. Ahora todo se ve mejor. Ya me entregaron mis calificaciones. Mi sacrificio ocular valió la pena, y puedo ahora decir que si funcionó la cirujía.

Ya llevo dos películas en el cine, y la emoción que se siente de ver una nítida imagen y de leer subtítulos definidos sin depender de un antifaz de mica es inexplicable. ¿Recuerdas lo que sentiste cuando viste (nítidamente) por primera vez? Sí, y no puedo explicarlo. Snif.

(NOTA: Gracias a mi maravilloso curso de Métodos Experimantales que me entrena para mi futura vida de aislamiento y contemplación en un laboratorio mientras dure la luz del día y el estado de vigilia por la noche, esta nota se terminó de escribir el 25 de enero de 2007.)

sábado, enero 06, 2007

Y se hizo la luz...

Estoy sentada cómodamente frente a una amplia ventana. Puedo percibir la luz del sol pero no puedo ver, mis ojos se encuentran cerrados contra mi voluntad y no puedo mover mis párpados en absoluto. Música instrumental sirve de fondo, evitando la ansiedad. Comienzo a recordar.

Mi primer recuerdo es muy reciente, del pasado inmedianto, hace solo un instante. Estoy recostada boca arriba. Mis ojos enfocan una luz roja pequeña que se encuntra a pocos centímetros de mí, montada en un extaño artefacto que no puedo describir. En seguida otra luz, ésta de color verde, también se dirige a mis ojos. Éstos están totalmente adormecidos, pero son capaces de ver todo cuanto acontece alrededor y en ellos.

Mis párpados son retenidos de su natural movimiento y en seguida unas pinzas logran abrir al máximo los pliegues que protegen a mi órgano visual derecho. Cualquiera que haya visto la Naranja Mecánica o cualquiera de sus múltiples parodias entenderá lo que digo. Observo mi reflejo en la superficie metálica que está sobre mí. No es una imagen agradable y, sin embargo, no tengo miedo.

Me concentro en la luz roja. De repente un ruido como de palomitas de maíz tronando a cientos por segundo se escucha en periodos de pocos segundos. Luego siento que algo toca mi globo ocular sin pudor alguno y alcanzo a ver como un trozo de esa delicada película superficial que lo pretege es desprendida. Todo se ve borroso. Un instrumento pasa sobre el área desprotegida como si la "barriera". Otro ruido extraño. Siento ligeros toques, pero no se ve que nada esté haciendo contacto con mi ojo. Mi pobre ojo.

Veo como se vuelve a colocar la membrana anteriormente retirada. Otro instrumento pasa sobre ella y la "plancha", o algo parecido. Otra vez, ese ruido extraño. El sitio está muy frío. Alguien me cierra el párpado y lo inmoviliza. No se volverá a abrir. Inmediatamente todo se repite con mi ojo izquierdo.

En pocos minutos todo termina. Una voz muy serena agradece mi cooperación y me tranquiliza diciendo que todo está y estará muy bien. En realidad nunca sentí miedo.

No, no es la historia de los experimentos extraños de los que fue sujeto un abducido (¿existe la palabra en español?). Éste es relato de un cirugía lasser. El día de ayer me sometí al procedimiento quirúrgico que me libraría de usar anteojos. No es vanidad, es la necesidad de disminuir mis fuentes de estrés y fugas de dinero.

Me explico. Soy muy distraida, tiendo a perder con mucha facilidad cualquier objeto que pueda desprenderse de mi. Eso incluye carteras, llaves y, por supuesto, los lentes. Además, mis lentes llevan una existencia muy tortuosa para cualquier objeto: los tiro con frecuencia, los aplasto sin querer y finalmente tengo que gastar en reponer las micas o todo el instrumento. Por otro lado, cuando los olvido o definitivamente los extravío, sufro mucho porque sin ellos no veo nada y puede dolerme la cabeza. Pero no debo hablar en presente porque eso se acabó.

Hoy me quitaron la cinta que no me dejaba mover los párpados y tras los exámenes y revisiones correspondientes salí a la calle. La sensación de ver los objetos lejanos (y no tan lejanos) con tal nitidez y de no tener que depender de nada para lograrlo es indescriptible. Sobre todo después de 10 años de depender de los lentes para saber qué dice el pizarrón o qué ruta es la combi que viene.

Los Reyes Magos no puedieron darme mejor regalo ¡GRACIAS!
 
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