lunes, noviembre 08, 2010

De collarines y los pobres muertos.

Choqué. O mejor dicho, me chocaron. Así que ando a pie en lo que la hojalatería hace lo debido con el carro gris; mientras tanto, mi cuello está oculto por un incomodísimo collarín "suave" con el que tengo que andar y dormir. Además de incómodo, tiene la propiedad de hacer más notorios los cachetes que he ganado y me hace parecer una mujer engreída de nariz respingada que siempre apunta hacia arriba. El collarín fue mi única adquisición ortopédica después del choque. Afortunadamente no hubo necesidad de más aunque ha sido suficiente para que en cuanto lo recuerde maldiga a todas las pipas transportadoras de gas propano del mundo. ¡Malditos todos! En realidad no es para tanto. Ni siquiera me molesta andar a pie, lo que me molesta es dormir boca arriba. No es mi costumbre. Mi espalda se queja por no poder adoptar la acostumbrada posición fetal y mis ojos se extrañan de tener al techo como primera imagen en la mañana. Dormir boca arriba y perfectamente alineada es como estar en un ataúd. Pobres muertos, que bueno que ya no sienten.

Cuando duermas cierra tu ventana y jamás pongas tus manos cruzadas, se rumora fuertemente que cuando duermes boca arriba con las manos cruzadas justo como acomodan a los muertos, no falta el que se te suba, te quiera comer y además no te deje despertar, la sensación es horripilante y tienes que pasar por largas sesiones de limpias para quitarte algo de ese miedo. Ten cuidado.

Pobres muertos, tal vez siguen sintiendo. Tal vez su alma aún resiente la continua presión en las caderas, la tensión en la columna lumbar. Tal vez su condición les hace más empáticos y al verte así, aún con la sangre tibia circulando por las venas se van sobre ti para que recapacites, para que te gires y te encorves. Te espera una eternidad boca arriba, querrán decir, no lo hagas desde ahora.

Después de una noche de mal dormir boca arriba y con las manos cruzadas, aún con mi bufanda de esponja, fui a formarme horas para cumplir algún trámite. Nada se me advirtió anoche. Hoy tal vez deje las manos caer a los costados.

jueves, agosto 05, 2010

Tormentas ajenas.

A veces no hay refugio que te alcance para cuidarte de las tormentas ajenas. Convivir implica ser tocado, al menos de pasadita, por la suerte de los demás (donde suerte no es más que el conjunto de eventos afortunados o no tanto que pueden ocurrirle a alguien, por puro azar).

Por estos días yo vivo en una isla de calma alrededor de la cual se dejan caer cegadores relámpagos, suenan truenos ensordecedores y soplan vientos terribles. En mi pedacito de vida brilla el sol, pero por un lado y por otro solamente aparecen tempestades. Afortunadamente, hace no mucho que aprendí a no ser devoradora de las angustias del prójimo, por muy amado que éste fuera; sin embargo no se puede ser totalmente inmune. Sobre todo si el prójimo es, efectivamente, muy estimado. En este caso la calma, como las latas de atún y las botellas de agua, se va acabando de a poquito, sin sentirlo, y sólo si se le administra bien puede aguantar largos ratos. Pero ni la mejor adminsitración puede hacer que las reservas duren para siempre, y ya andamos en las últimas.

Parece que se empieza a nublar en la bahía. Algo habrá que hacer para que no nos caiga el aguacero encima.

viernes, julio 23, 2010

Singleton: Vientos huracanados.

No hay refugio que te proteja de las tempestades ajenas que entran sin avisar a tu propia casa. Solo queda esperar que las provisiones de supervivencia sean suficientes.

sábado, julio 03, 2010

De batallas y de ignorancia.

Uno no sabe nada, absolutamente nada. Se llega con la bibliografía en la cabeza, con el borrador de lo que ese día significa para el arrogante todo, con las ganas de que nadie diga que no, que cooperen con uno.

Entonces empiezan a darle a uno el parte de guerra. Las luchas diarias, los casos comunes, los que jamás pensó uno que pasarían de la hoja de papel y que ellos han visto y tratado, que han sacado adelante. Por supuesto, el parte incluye las bajas de las batallas que han perdido. Cada caso en paquete completo: su historia, su ambiente, su posibles consecuencias.

Al final del día, con el contenedor lleno, y con cientos de historias que retener en la memoria uno se da cuenta de que para saber, lo que se dice saber, sólo los que están ahí todos los días. Lo demás son delirios de grandeza. Luego cae el veinte de que ésta es nada más que una las guerras, que hay muchas más que se libran simultáneamente y que en cada una hay expertos de campo y de escritorio. Cada quién sabe su cuento. Uno no tenía, no tiene la menor idea. Y entonces uno se siente chiquito y, de nuevo, con una curiosidad enorme. Porque el peor veneno para las ganas de aprender es la certeza de que se sabe al menos lo suficiente; y estar ahí, en el frente, es el único antídoto posible.

De regreso, se debe iniciar el largo proceso de armar el tremendo rompecabezas que cada día parece tener más y más piezas...


Cuando empecé mi doctorado, lo que menos me gustaba era la idea de ir a hacer búsquedas intencionadas de tosedores en distintos puntos del estado, principalmente porque consideraba que restaría mucho tiempo a mi trabajo en el laboratorio. Ahora, con el par de muestreos que llevo, creo que esa será una de las actividades más enriquecedoras del proyecto y la única que me permitirá después interpretar de manera adecuada esa "big picture" que quiero armar.

lunes, mayo 17, 2010

Inexplicable.

-Tengo la sensación de que algo malo va a pasar.
-¿Algo malo? ¿Como qué?
-No sé, cualquier cosa.
-¿Por qué?
-Mírame, nunca había sido tan feliz. Soy feliz y eso no existe. Tanta calma no es real. Algo va a pasar, y no va a ser agradable.

Y entonces, contra todo pronóstico, quedaste huérfano.


Las religiones existen porque hay cosas que no podemos explicar. A estas alturas ya se entienden muchos procesos de la vida, de la muerte, de la salud y la enfermedad; se ha descrito cómo se forma el rayo y los volcanes, los ríos y las tormentas; se pueden prevenir muchos males y controlar otros varios. Sabemos mucho de nuestros orígenes y nuestro propio funcionamiento, incluyendo la formación de las ideas y la interpretación del entorno. Sabemos mucho de algunas cosas, pero poco, muy poco de otras tantas.

No podemos explicar, por ejemplo, por qué una serie de eventos desafortunados le ocurre a una sola persona en un periodo de tiempo que calificamos de estrecho, con una serie de casualidades que se nos antojan premeditadas por una mente malévola, vengativa, aunque no sepamos bien qué mente, ni de qué se está vengando. Pero eso sí, pareciera particularmente malévola cuando estos eventos desafortunados ocurren a quien, a nuestro gusto, no se lo merece porque no hay en su comportamiento motivos que justifiquen que sufra una desgracia. O varias.

Pero las desgracias no piensan, no escogen dónde caer (si es que "caen" en alguien). Y sin embargo eso no es consuelo. ¿Cómo le explicas al conflictuado que no busque explicaciones dónde no las hay? ¿Cómo le pides que enfríe su cabeza, que se deshaga de sus místicas ideas entre tanta confusión? ¿Cómo hacer entender que el desastre no es más que la suma de todo lo que se hace, de las decisiones que se toman y la fortuita coincidencia de la propia existencia y otros muchos eventos aleatorios? Y que sí, que las consecuencias de los actos ajenos acaban por alterar nuestra vida porque así son las cosas y punto. Que no hay canto, rezo o amuleto que cambie esa dinámica, ¿cómo lo explicas?

No puedes. Porque sonarás hueco, lejano, frío y no harán ruido alguno semejantes ideas en una mente atribulada por tantas pérdidas, por tanto dolor.

El esquema mental que intentas explicar debe estar establecido antes de que las desgracias lleguen en paquete, debe ser adquirido en un periodo de claridad, de objetiva serenidad. Jamás un ánimo alterado es campo fértil para el raciocinio libre de misticismo. En ese momento la simple compañía, el apoyo incondicional es lo único que puedes ofrecer para fortalecer la voluntad que está a punto de quebrarse.

-A saber qué tanto debo todavía en esta vida...




miércoles, abril 14, 2010

La red no era red.

Son días de mucho calor y vientos matutinos poco amables. Son días de ir y venir. De reunirse. De distinguir lo que debería ser de lo que es en realidad. De escuchar todo lo que los demás no hacen. De ver como se reparten culpas y responsabilidades. De hacer notar que eso en realidad ya no importa. De que todos digan que sí, que de acuerdo, que cómo a partir de hoy. Son días de no hacer mucho, porque lo que sí hay que hacer es hablar mucho. De ir del centro al este, y luego al oeste, luego al sur, y ¿por qué no? al norte, antes de que se tenga que ir más allá de la mancha urbana.

Muchas cosas, poca cabeza.

jueves, marzo 25, 2010

Primavera

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lunes, febrero 22, 2010

Hablando cetáceo.



Hablar cetáceo es ser incapaz de pronunciar una frase comprensible. Sucede principalmente por intoxicación alcohólica, exceso de trabajo, falta de sueño y una carencia crónica de alimento (estamos hablando de 6 horas de ayuno en adelante). Así que ya saben a lo que me refiero cuando digo que estoy a punto de hablar cetáceo.

Fotogalería de Chiapas (y la Antigua Veracruz)

Y que me vulelve a pasar. Mucho trabajo, ¿qué quieren que haga? Las crónicas no van a llegar nunca, así que mejor les paso algunas de mis más bonitas fotos de cuando fui a Chiapas, en Diciembre pasado.

Helas aquí:
Cascadas de Agua Azul:


Lagunas de Montebello:


Cascadas del Chiflón
El Cañón del Sumidero:

Veracruz, La Antigua:

Luego público otras fotos de pueblitos y caminos.

lunes, febrero 15, 2010

Adivino del pasado.

"Porque en realidad, si revisas con cuidado los momentos más importantes de tu vida, a pesar de que había alguien parado a tu lado, estabas sola"
Chinga tu madre.

lunes, enero 25, 2010

Volátiles.

Extendiendo el cuello y aspirando un poco lo percibiste de nuevo. Cierras los ojos y aspiras de nuevo para tomarlo conscientemente y guardarlo para los próximos días. No sabes bien dónde se guardan esas cosas, pero estás seguro de que te acompañará por un tiempo. Después, ya de regreso, cierras los ojos, accedes al lugar desconocido y lo extraes. Ahí está, intacto, al menos por ahora. Comprendes mejor a Jean-Baptiste, tú también quiseras preservarlo para siempre. Lo extraes y juegas de nuevo, juegan de nuevo, aspiras como si aún estuviera ahí y decides dejarlo, como si pudieras acabártelo en ese momento. No más. Será otro día, tal vez.
 
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