Singleton: Santito

A estas alturas ya no sabía en cuantas ciudades había vivido, ni recordaba a toda la gente con la que más o menos había convivido en cada una de ellas. No llevaba la cuenta, no le interesaba. Ni siquiera conservaba los clásicos recuerditos de cada sitio. Ya traía muchas cosas encima como para cargarse de esos inútiles objetos. De cualquier manera acumular destinos para recordarlos después no era su objetivo. Había salido de la que alguna vez fue su casa en busca de un lugar donde pudiera quedarse sin sentir que algo le faltaba. Trabajos ocasionales hay en todos lados y con esos tenía suficiente gracias a su capacidad de vivir sin mayor (o ningún) lujo. Pero algo, algo le faltaba siempre y no sabía que era. Algún día lo iba a encontrar, o a olvidar y entonces se establecería en el sitio en turno, sin más incertudumbre, sin más necesidad de búsqueda. Lo único realmente innecesario que cargaba era su imagen, la de él. Cuando requería hablar de cosas realmente importantes sacaba la imagen de lo que quedaba de billetera y establecía una especie de conversación que la mayoría de las veces ayudaba a poner en orden las ideas. Cuando eso no ocurría sólo escupía un imbécil a la imagen y la sometía a una temporada de aislamiento en a bolsita de lo que quedaba de billetera.

Ni siquiera era una foto. Solo un pedazo de hoja blanca con un montón de garabatos que él dibujó la última vez que se vieron. Para él tenían sentido, eran él mismo, según intentó explicarlo. Ella no logró entonces imaginar la relación entre la persona que tenía enfrente y ese rayoneo. Ahora después de tanto hablarle a los rayones, no puede imaginar nada que pudiera representarlo mejor. Cuando alguien le pregunta qué significan, contesta lo mismo: es una imagen del santito de mi devoción.

Subió al autobús y empezó otro viaje, sacó lo que le quedaba de billetera, tomó el papelito. Que llegue con bien, a lo mejor ahora sí encuentro lo que necesito para deshacerme de tí.