sábado, septiembre 02, 2006

Entre pájaros y lagos.

Todo empezó por la carencia de una superficie que no fuera el duro, frio y bajo suelo, donde pudiera poner mi montón de chucherías dentro demi nuevo aposento. Saliendo de mi primer día de actividades y aprovechando que aún no tenía ninguna fea tarea que hacer dirigí mis pasos al barrio viejo, al centro pues, donde habría de encontrar toda clase de pupitres, centros de cómputo, escritorios y cosas por el estilo. Yo, que solo quería una mesita simple, una superficie con cuatro patas, me dí cuenta que ya nadie entre los muebleros las maneja. Lo simple pasó de moda. El resto de objetos que servía para lo mismo eran muy monos pero no podía solventarlos. Al menos no en estos días en que la beca aún no llega y lo que tengo está ya repartido entre alimento, transporte, pagar la renta y los servicios. Eso de ser gente grande no deja muchas ganancias, definitivamente.

Finalmente, después de recorrer la parte más simpática y maquillada del centro (muy mona, por cierto) decidí encaminarme al boulevard donde está Aurrera, Soriana y la Central, y que está a tres o cuatro cuadras de la última calle bonita del centro y por donde pasa el camión que me lleva a mi casa.

Ahí voy, andando en dirección opuesta a como llegué, sin conocer pero con la certeza de que voy en el rumbo correcto. Las calles pierden cada vez más el encanto. Son más simples, más sucias tambien. Luego, caigo en la cuenta de que he pasado por tres cantinas en una cuadra: paredes grafiteadas, puerta al estilo Old West (muy pero muy old), y con nombres tan crudos como Aquí gozas, El compadrito, y cosas así. Centros de vicio, de recreación acompañada de cerveza y cigarro, de albur, de mala leche. ¿Dónde andaba? Yo no pasé por aquí para llegar al centro.

"Voy bien" me decía, segura de que el rumbo era correcto, aunque en el fondo empezaba a dudar. Pasa un hombre con una gasa a medio cachete. El brazo tatuado y una argolla en la oreja. Sonríe, no a mi, a una niña de colitas y mochila de Winnie Pooh que lleva de la mano y que le dice apá. Luego veo venir un hombre en bicicleta, rapado, con camisa a cuadros y bermuda de mezclilla hasta la pantorrilla, muy, pero muy holgado, cicatriz en la cara. "Hay mucha gente, son las cuatro de la tarde..." pienso, para aplacar mis nervios. Él pasa de largo, ni me voltea a ver. Respiro. Decido poner cara de palo. Es un hecho. No debo volver a pasar por aquí. La calle, Lerdo de Tejada. Nunca más.

Decido dar vuelta a la izquierda en la siguiente esquina, para llegar a la calle por la que llegué al centro, mucho más agradable. Antes de que eso suceda, por fin visualizo a dos cuadras cortas, el camellón, los señalamientos, los semáforos: El boulevard. Definitivamente el rumbo era correcto, la diferencia fueron dos cuadras a la izquierda.

Conforme me acercaba al boulevard alcancé a pasar otras dos cantinas, los nombres empezaban a ser menos burdos: El lago azul, El pájaro azul. Todo azul. Por mí podrían ser verdes, amarillos o tricolores, con tal de no volver. Pero tuve que volver.

Cuando subí al camión, vi como dió vuelta hacia territorio recién descubirto. No las repasaré todas, pero ahora, cada vez que quiera volver del centro comercial a mi casa, tendré que volver a pasar por el nada poético Lago azul.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

aaaaaah que tierna... ja pa que no digas que no veo

Anónimo dijo...

snif, snif, miss you all so much...
(bueno, a veces no) jeje

 
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