lunes, noviembre 24, 2008

Ya llegué.

Pues ya estoy de nuevo en el llano. Fui a la Península, la de Yucatán, con dos amigas del laboratorio. Nos registramos, pusimos nuestros carteles, atendimos el changarro y después... piérdete. Debo decir que regresé con una muy buena impresión de Yucatán, su gente y su comida (ay, su comida), así como del mar caribe (quién osaría decir lo contrario). Lo único que no me gustó (pero de eso no tiene la culpa nadie) es que anochece las 5:30pm, una hora antes que en el llano y cuando andas de turista una hora cuenta mucho.

El otro detalle del viaje fue el frente frío número nueve que azotó el país toda la semana pasada, que permitió que no muriera de calor en la península pero que causó que regresara con las mismas patitas de pollo crudo con las que me fui debido a las persistentes nubes que atiborraron el cielo hasta el jueves. Doble decepción para mí: primero porque eso de hacerme a la idea de andar a rayo de sol para aumentar mi producción de melanina me cuesta mucho trabajo y ya lo había logrado; y segundo porque la emoción de mi primer viaje en avión se vio disminuida ante la imposibilidad de ver el paisaje terrestre desde las alturas, en vivo y a todo color y no desde la pantalla de una computadora en el Google Earth.

Así es, yo no había viajado en avión. Pero ya lo hice. Dos veces. Tanto los despegues como los aterrizajes fueron muy tranquilos. El viaje de ida, como dije, fue un poco frustrante porque viajamos sobre una nata de nubes infinita. Pero ya que me repuse del coraje me percaté de lo maravilloso que era estar del otro lado de ese techito que estando en tierra quiero tanto, porque me protege del sol y las altas temperaturas. Además cuando cruzamos la Sierra, se veía como algunos cerros sobrepasaban el banco de nubes dejando sus laderas envueltas en lo que debió ser una muy espesa y muy fría niebla. Precioso.

Poquito nublado.

La neblina en la sierra.


Para el viaje de regreso el cielo estaba más despejado, por fin pude ver, primero la Península, la costa, el mar aparentemente infinito, la otra costa, la sierra, los poblados, los ríos y la mancha urbana impresionante del Distrito Federal. También hubo bancos de nubes, pero mucho más breves, que además generaban muchas formas caprichosas.

Abandonando la península, con todo el dolor de mi corazón.

El Golfo. ¿Qué son esas líneas que se ven como "grietas"?

La otra costa. Seguramente Veracruz.

Un día de estos me voy a poner a ver en el Google Earth qué río es ese.

Gran extensión de tierras de cultivo. Nótese la total deforestación del área. Luego que por qué el clima se vuelve loco.

Esta foto es de un paisaje más o menos accidentado, pero durante el viaje pude notar que una porción importante de los valles del centro del país están entre barrancones enormes, como si fueran grandes mesetas. En esas "mesetas" caben muchas poblaciones de gente que seguramente no está consciente de su situación orográfica.

Alineación al centro
Las nubes en el viaje de regreso. Tan bellas ellas.

La otra experiencia relacionada con el vuelo fue el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Un mundo de gente, todo rapidísimo: El chequeo de la maleta, la asignación de lugar, la revisión (quítate todo lo que traigas encima que pueda hacer sonar el detector de metales; ash, se me atoró el cierre de la chamarra, no sale, no sale, ya salió; ve al detector, ay, se me olvidó algo en la mesa, ¡Señorita no se puede regresar!, ay qué wey ¿y ahora?, la gente atrás de mi me ve con cara de quítate, me quito; un policía me regresa mi objeto olvidado, gracias joven; mucha, mucha gente, ya vamos a la sala de abordaje por favor, ya llegamos, gracias). En la sala vimos a un muchacho que si acaso tendría 21 años cumplidos, con saco y quepí, cual si fuera piloto. ¿Ese es nuestro piloto? Nos vamos a estrellar, ¿que no vieron lo que pasa cuando anda uno volando por la vida con pilotos inexpertos? Luego fueron llegando los que asumimos que eran los pilotos de verdad, con la experiencia y seguridad que necesitábamos ver en el rostro del que debía ser nuestro piloto. Como sea el muchacho era parte de la tripulación del avión en el que viajaríamos y nosotras empezamos a generar muchas y variadas historias sobre el papel que desempeñaría. Ya saben, eso de las dos horas de espera genera que la imaginación se active de maneras insospechadas. Toda las especulaciones desforables para el joven fueron desechadas cuando se acabó el viaje sin ninguna novedad.

El aeropuerto de Mérida fue, por supuesto, todo lo contrario, todo paz y calma, serenidad. Los pricesos fueron igualmente rápidos pero porque no había casi nadie. Relajación total, hasta que llegamos a la sala de abordaje. Ahí estaba él, inocente criatura, sin saber que sería víctima de nuestro más simple humor, el joven "piloto" (entre comillas porque nunca supimos si de verdad era tal) que iba en el mismo vuelo que nostros a México. Pobre. Después de unos minutos de necedad generados en torno a nuestra vicitma, abordamos el avión y regresamos al centro del país, que apenas se iba recuperando del frente frío número nueve y que se alistaba para recibir al diez, al once y a todos los que le siguen.

Como lo prometí regresé con muchas fotos y en perfecto estado de crisis económica. Pero habiendo visitado ese rinconcito del país, conocido a su gente y probado su comida (ay, la comida) no me quejaré del estado de pobreza en el que me encontraré los próximos días.

Las crónicas, próximamente.

P.D. Como nuestro vuelo era nacional, no vimos al japonés que anda huyendo de su realidad en el Aeropuerto del D.F. Chin.

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