jueves, noviembre 16, 2006

Crónica de un perro muerto.

Algo pasa cuando los seres vivos dejan de ser tales. Corrijo: Muchas cosas pasan cuando los seres vivos dejan de ser tales. Pocas veces, afortunadamente, podemos ver paso a paso las cosas que pasan en el cuerpo de lo que alguna vez fue un ser que andaba, se alimentaba y se comunicaba. Del cuerpo digo, porque es lo que esta a la vista; que el alma o la escencia es otra cosa y su discusión está siempre sujeta mucha polémica entre todos los esquemas y dogmas imaginables. El internet completo no alcanza para tratar el tema.

Uno de los seres vivos que más quiere la gente en general son los perros, eso animalillos que aprendieron a gesticular lo suficiente como para que los entendamos o creamos que los entendemos. Todo aquél que alguna vez ha tenido un perro y ha sufrido su muerte conoce la sensación de querer darle a su cuerpo un destino digno... cualquier cosa menos dejar que se pudra a la vista como cualquier pedazo de basura orgánica. Con eso se asegura uno de recordar a la mascota como fue en vida y nunca jamás por los hedores que generará después de ella.

Lamentablemente he tenido la mala suerte de conocer a un perro justo después de morir y hasta que se convirtió en prácticamente nada. Fue una pena. El primer día lo vi tirado, casi como dormido, como suele suceder con los cuerpos que recién dejaron de ser, en una banqueta de las que recorro diariamente en mi camino a tomar el camión. Día tras día en la mañana lo vi hincharse, pensando que ese día el camión de limpia municipal se lo llevaría. Obviamente el hedor aumentaba de manera proporcional con el volumen del peludo y otrora blanco can. Cada vez que salía de casa en la mañana me recordaba que debía cuzar la calle antes de llegar a ese punto, pero justo después me sumía en una serie de pensamientos que me hacía olvidar ese detalle hasta que mi nariz me hacía notar en dónde estaba.

Un día, como cuatro después que lo vi por primera vez, noté de reojo unos manchones negros: putrefacción a toda marcha, pensé, pero no era así. Alguien lo había grafiteado. Me pregunto si será interesante decir que grafiteaste a un pobre perro muerto. Para mí es mas bien algo enfermo.

Logré entrenar a mi memoria para que recordara lo de cruzar la calle, pero una mañana se me volvío a olvidar. La pestilencia era menos, pero suficiente para alertarme por dónde iba pasando. Ahí estaba: un tapete de pelos, y nada mas. Las bacterias y los gusanos hicieron su trabajo.

Ahora lo que alguna vez ladró, chilló y huyó de las piedras reales y simuladas estaba reducido a tierra y polvo (y un tapete de pelos). Pronto será pasto, luego será pasto seco y tal vez volará por los aires. Será otra vez tierra en otras partes, y será planta. Tal vez se lo coma un hervívoro que a su vez sea alimento de un cazador. Tal vez un día forme parte de un humano, uno que un día pase junto a un cadaver de perro, y tal vez le de mucho asco. Irónico.

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