No llueve. El vientecillo llega, se embarra en la cara. El olor a tierra mojada inunda el ambiente, se deja llevar por el aire de aquí para allá, pero no llueve. A veces se desvanece ¿o será que se olvida? De repente otra corriente lo trae de nuevo, más penetrante, como si emanara justo del suelo que se está pisando, como si en ese momento ese suelo estuviera siendo humedecido. Pero no. Y el aroma se pasea, el aroma va y viene. Pero no llueve. A pesar de los sedientos, se acaba el día y no llueve.