martes, abril 18, 2006

Parte 2: Tlayacapan

El miércoles nos fuimos a Tlayacapan. Es un pueblo chiquito a 15 minutos y $5.00 MN de Oaxtepec, tiene un mercado de artesanías y su templo con otro ex-convento. A mí me gustan mucho esos viejos edificios coloniales, con aire de casas fantasmales, donde casi te puedes imaginar a los cristianos recluídos por voluntad propia o de los padres atormentados caminando en sus hábitos monacales.

El ex-convento de Tlayacapan tiene el atractivo adicional de que no está debidamente restaurado, lo que le imprime un aspecto de edificio fantasma, roído por los años, las guerras, les decretos precidenciales liberales y otros muchos males que en tantos siglos de historia debió haber sufrido. Está oscuro, húmedo y carcomido. No podría visitarlo de noche (o tal vez sí, pero solita no). Lamentablemente, por el mismo estado del edificio no pudimos tomar fotos, por lo que fue imposible documentar el mas oscuro encanto que encierra este claustro, que son un pequeño grupo de momias infantiles. Perfectamente conservados en sus cajones de madera hechos a la medida, menos de una decena de cuerpecitos infantiles con exquisitas ropas antiguas se muestran en nichos de una de las celdas. Una nena me llamó especialmente la atención por su primoroso vestidito, cuyo color se lo habían comido los años, pero no así el estilo. Por primera vez como los antiguos calzoncillos largos efectivamente acababan en el tobillo por debajo de la falda, la cual combinaba con unos zapatitos de tela muy bonitos. Debió ser una niña bonita, aunque ahora no se vea. Como de 10 años, con un pelo largo, rizado y rubio.... qué cosas, impresionante de verdad.

Todo era digno de fotografiarse, de no ser por que una centinela octagenaria, que por lo general era muy amable, guardaba todo su rigor para prohibir terminantemente el uso de cámaras, cualquiera que fuera, con o sin flash. La encargada de la entrada, más joven y menos sabia que la anciana en cuestiones de conservación se ofreció en tomarnos una foto en el museito improvisado que recibía a los visitantes, siempre y cuando fuera sin flash y rápido para que la viejita no la viera. Imagino que el nervio de la chica por infringir las reglas era mucho, porque el resultado fue éste:


Total, nos uedamos sin foto del ex-convento. El templo también tenía su toque tétrico, y al parecer estaba dedicado a los personajes y eventos que acompañaban a la crucifixión por que toda imagen era de luto:


Eso contagia a cualquiera que sea muy sensible, como yo, de un ánimo quieto, taciturno y lúgrube. Pero como una de las chicas tenía que atender su cartel, antes de que eso sucediera regresamos al hotel a ponernos guapas. En fin..

¡Casi lo olvido! En Tlayacapan nos dimos cuenta que estaba formalmente inagurada la temporada de incendios, ya que uno de los cerros que circundan este pueblo ardía con ganas en toda su extensión. Triste espectáculo.

De regreso, me llamó la atención un viejito simpático que iba platicando muy amenamente con la hija de otra señora: tenía rasgos de haber sido un muchacho bien parecido y algo vanidosón, ya que todavía conservaba la costumbre de engomarse las puntas del bigote:

Si checan el reflejo en la ventana se puede ver la punta engomada y enroscada.

Total, que el resto de la tarde se nos fue en la sesión de carteles y al salir nos encontarmos con un rojo atardecer, que fue lo único que el cercano incendio pudo dejar de bonito:



La noche la pasamos entre caribes cooler ("¡Qué fresas!" sí, ya sé), junto a la alberquita del hotel sede. Todo bien hasta que un sonorense se sintió con aires de Pedro Infante y quería que por su recortado y poblado bigote la más chaparrita de mis comadres lo viera con ojos de amorcito corazón.

Así que en apoyo a nuestra acosada compañera, nos dimos a la fuga a nuestro hotel, sin decir más que hasta mañana... en fin, qué hombres.

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